Reconozco que el nacimiento
y primeros pasos de la Fundación Toro de Lidia me dejaron bastante frío. Ni fú
ni fá.
Pensé que se trataría de un
invento más, con escaso recorrido, y hábilmente diseñado para alimentar el
ansia de protagonismo de algún que otro ego.
El hecho de que se sumaran a
la iniciativa determinadas personas a las que, sin llegar a conocer, considero
“de fiar”, me hacía albergar un hilo de esperanza en que algo se pudiera sacar
en defensa de los toros.
Las últimas acciones de la
Fundación, como la de Olot y la comparecencia de Victorino Martín en el Senado, me llevan a pensar
que ese hilo existía y que seguramente me equivoqué prejuzgando el nacimiento
de la Fundación. Y me alegra haber llegado a este punto. Aún sin tener muchas
esperanzas en que se vayan a conseguir avances fundamentales, parece claro que
están por la labor de empezar a andar para demostrar el movimiento.
Y en esa Fundación hay al
menos dos personas que además de mi respeto (como todos) cuentan con mi
admiración. Chapu Apaolaza y Victorino Martín.
Chapu es la docencia, el "profe" ilustrado, culto, con la sensibilidad y el arte necesarios para explicar lo obvio al tonto más
recalcitrante de manera que lo entienda y hasta llegue a quererlo, el que te mete
en el cuerpo el gusanillo de la literatura o de la historia del Arte, por muy aburrida que sea.
Victorino es el Maestro, el profesor
criado en el pueblo, aquel que cuando sales al campo con él siempre sabe más
que tú porque lo ha mamado desde la cuna, y además lo ha estudiado. Empírico y
erudito. Y si te tiene que dar una colleja, sabes que te la va a dar
merecidamente, con una de esas manos curtidas en el campo que tanto llama la
atención a los de la urbe.
La reciente comparecencia de
Victorino Martín en el Senado ha escocido a las huestes animalistas porque deja
al descubierto muchas de sus carencias, que son tantas que hasta le ha
resultado aparentemente fácil al ganadero.
Victorino “escuece” porque
sabe de lo que habla, y habla de lo que sabe, se ha criado en el campo (eso que
llamamos el medio ambiente) y conoce perfectamente los procesos que cada año se
suceden allí, lejos del asfalto y de la zona de confort del urbanita. Conoce y
maneja el ganado porque eso es lo ha hecho desde que era un crío, y porque en eso ha
tenido como maestro al que indiscutiblemente ha sido uno de los ganaderos de
bravo más importantes que han existido.
Y de él supongo que habrá
heredado la facilidad de palabra y de convicción, de su maestro, “El Paleto”.
Y escuece aún más porque a
su lado empírico, de campo, añade la parte urbana, erudita y universitaria de
su formación como veterinario, imprescindible en este mundo tan adorador de títulos, para desmontar las falacias y
cuñadeces del animalismo.
Victorino se deja ver,
parece disfrutar presentando una moción para que vuelvan los toros a Cataluña o
dirigiéndose a sus señorías para contarles lo que ya deberían saber. Y eso para
nosotros es una suerte.
Y los demás, los que estamos
en este barco zozobrando con la ventolera del buenismo animalista, debemos al
menos estar agradecidos a la labor de este ganadero y su equipo porque aunque
no sepamos a dónde llegaremos, el camino empieza a mostrarse interesante.
Pero en el camino pronto
habrá que encontrarse con la caspa taurina y dehacerse de ella. Habrá que abrir las ventanas y ventilar tantos años
de podredumbres, favores, mafias e injusticias. El peor enemigo siempre está
dentro y somos nosotros los que le hemos abierto las puertas.
Ahora toca ventilar y
desinfectar para que nunca más huela a podrido, y luego ya cerraremos para que
no vuelvan a entrar.
Y entonces la FTL habrá
cumplido con sus objetivos.
Larga vida.
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