martes, 22 de junio de 2021

La vereda que viví (Jacinto Ortega Ruiz)

 


La casualidad, o no, ha hecho que me encontrara con un libro (una maravilla de libro, adelanto) sobre la trashumancia de ganado bravo, cuya lectura he disfrutado desde la primera a la última página.

El libro en cuestión se titula “La vereda que viví” y está escrito por Jacinto Ortega Ruiz. La verdad es que debería haber tenido conocimiento de la existencia de este libro hace tiempo por varios motivos.

En primer lugar, comparto con el autor una afición y una profesión, además de algún amigo en común, pero además, La vereda que viví narra las vivencias del autor en la trashumancia de la ganadería de los Herederos de D. Jacinto Ortega Casado a través de la Cañada real Conquense desde su localidad de origen, Checa, en la provincia de Guadalajara, hasta la finca “Los Monasterios”, en la provincia de Jaén, en busca de los pastos invernales. Y me une también al autor el cariño a esos paisajes checanos que describe, a veces rudos y ásperos, pero siempre de una belleza espectacular.

En 2010 publiqué una entrada en el blog sobre la trashumancia del ganado bravo, y hemos hablado aquí también sobre ganaderías y afición al toro bravo en esta comarca natural de los Montes Universales.

Por situarnos, diremos que el origen de la ganadería de los Herederos de D. Jacinto Ortega Casado, una de las más antiguas del campo bravo, se halla precisamente en Checa.

Fundada por D. Jacinto Ortega Casado en 1914, quien posteriormente adquirió la finca “Los Monasterios”, en Baños de la Encina (Jaén), allí donde durante décadas se ha llevado a cabo la trashumancia del ganado desde los agostaderos de Checa y viceversa. 

Y en la casta Vazqueña está el origen de la ganadería a través de las diversas adquisiciones que hizo D. Jacinto, ya fuera hacia el Veragua más puro y predominante, o por la rama de “Concha y Sierra” a través de un semental de origen Martínez procedente de este encaste, sangre que aportó a la ganadería colmenareña el semental “Español”. 

Hubo también una aportación de sangre Villamarta procedente de Jiménez Indarte (ganadero también de origen Checano) que pronto fue absorbida por la dominante veragüeña.

Como dato que me parece curioso, en la familia siempre se ha procurado eliminar los pelos berrendos y jaboneros, siendo estos últimos los que generalmente más se identifican como característicos del encaste Veragua.

Recientemente, tanto el ganado como el histórico hierro de la “J” y la “O” han cambiado de mano y han puesto rumbo definitivo a tierras castellonenses, poniendo punto final a una historia familiar ganadera y trashumante.

Nos queda el libro como forma de revivir lo que antaño fue una actividad común por estas tierras.

Y el libro transmite maravillosamente la auténtica dureza de “la vereda”, las jornadas interminables acompañando y velando al ganado, los sucesos y anécdotas felices o de amargo recuerdo, y deja en quien como yo tiene la suerte de leerlo, el placer de sentirse partícipe, aún en la distancia, de esa cuadrilla de vaqueros que a finales de 1975 se recorre media España mientras aquí se vive el final de una época.

No sé si será fácil hacerse con un ejemplar, la edición es corta y tiene más bien un carácter familiar, pero si tienes la oportunidad, o la casualidad lo pone a tu alcance, te recomiendo su lectura. No te va a defraudar.

Mientras tanto, y por si eso no fuera posible, traslado aquí un par de  textos y unas fotos del libro con el permiso del autor.

 

De los preliminares...

La magia y la dureza de Navarejos

Durante el verano las vacas las teníamos repartidas entre el monte de “Sierra Molina” y los quintos de “Navarejos”, “Los Poyales” y “La Campana”, todos ellos en término municipal de Checa. A primeros de Octubre las concentrábamos en “Navarejos” para desde allí iniciar la vereda.

No era tarea fácil. En otoño la hierba escaseaba y el frío empezaba a adueñarse de estos territorios. Las escarchas de la mañana venían a recordarnos que había llegado la fecha de abandonar estas hermosas pero difíciles sierras porque cualquier día podían visitarnos las nevadas agravando las duras condiciones de nuestro trabajo y complicando tremendamente la salida.

Facundo tenía 60 vacas bravas que provenían del encaste Araúz de Robles. Eran todas de pelaje cárdeno y buenas encornaduras. Habían pasado el verano en “Sierra Molina” y al llevarlas de otoño a “Navarejos” y escasear la comida todo su afán era volverse a su querencia, a su agostadero de verano.

Nosotros luchábamos para evitarlo pero muchas de ellas lo conseguían. Unas se escapaban por el río “Hoceseca” y rambla arriba entraban en Sierra Molina por el cortijo de “La Sarguilla”. Otras preferían escabullirse por la empinada “rocha del Acebar” e incluso con la agilidad propia de las cabras monteses, algunas preferían hacerlo por la gatera grande de la risca de Navarejos, saltando a los altos de La Campana y adentrarse después en Sierra Molina” por el barranco de “Rambla Amarilla”.

Las vacas nuestras conocían bien la vereda y siempre había algunas, generalmente las más fuertes, que tenían prisa por iniciar el camino y por la noche burlaban con facilidad nuestro intento de controlarlas.

“Santano” llevaba sus 20 vacas mansas. El resto eran bravas de la casa y del mayoral. En largo, como decíamos nosotros, llevábamos 430 animales entre vacas, becerros, erales y bueyes. Este número no se me olvidará nunca, porque hasta conseguir dominarlos por esas sierras tan difíciles y reunirlos a todos para iniciar la salida tardamos más de una semana de fatiga y trabajo sin descanso.

Posteriormente, durante la vereda nuestra obsesión en el conteo diario era que saliera el pico de 30. Nos felicitábamos cuando así ocurría y arrancábamos contentos para acometer la nueva jornada. Cuando por el contrario nos quedábamos en 27, 28 o 29 a todos nos cambiaba la cara y nos entraba cierto desasosiego por la incertidumbre y el trastorno que suponía la búsqueda de las que faltaban y el mayor trabajo para los vaqueros que continuaban para adelante.

 

De las dificultades que pueden surgir al atravesar algún pueblo…

-Jacin, vamos a cortar un jabardo de 30 o 40 vacas con la ”Tuerta” por delante, y entre los dos les daremos un apretón con los caballos para que a la fuerza entren en la calle. ¡Ya  verás como así se aparta la gente y se queda la calle limpia para que pasen detrás el resto de las vacas arreadas por los demás vaqueros!

La “Tuerta” era una vaca mansa, berrenda en negro, con cara y hechuras de brava. Tenía buenos pies, gustándole ir siempre en la cabecera, y si atinabas a darle una pedrada o que la piedra le rebotase cerca de sus patas, rompía con decisión hacia delante, aligerando el paso y tirando de las demás.

En un santiamén teníamos a la Tuerta a la cabeza del grupo de vacas que habíamos separado de las demás. Reaccionó al instante ante nuestras voces y las piedras que desde lo alto del caballo le lanzamos con malas ideas. Dobló la cabeza hacia el lado derecho, signo inequívoco de que se había dado por aludida, y enfiló a la carrera hacia el comienzo de la calle., seguida del jabardo de vacas preparado para la ocasión.

Facundo y yo a galope detrás de ellas. El resto de animales nos seguían a corta distancia, apretujados entre sí, con gran estruendo, siendo acosados por Vicente, montando a “Manolete”, y Enrique y Miguel, que se esforzaban por correr detrás dando voces.

La gente que se agolpaba a la entrada de la calle, viendo la que se les venía encima, optó por retirarse precipitadamente, unos metiéndose en los portales de las casas, otros subiéndose a unas hacinas de leña de pino que se guardaban para combustible doméstico y otros guareciéndose donde mejor podían.

La “Tuerta” entró a galope, sin vacilación, en la calle. La siguieron las demás. La gente, desde posiciones seguras, seguía presionando para que no pasaran y, en cualquier caso, para espantarlas.

Varias de las vacas bravas no aguantaron el tumulto en el que las habíamos metido y optaron por no seguir a la “Tuerta”. A partir de ese momento el desbarajuste fue total. Vi algunas vacas que saltaban pequeñas paredes de piedra escapándose al campo a través de las eras. Otras lo hacían por la primera callejuela que encontraban en su camino.

A base de dar caballadas de un lado para otro, las paramos en unos labrados próximos a las casas. A duras penas lográbamos contenerlas. De inmediato empezó a llegar gente insistiendo en espantarlas con sus gritos y ademanes. Procuramos a la desesperada que no se acercaran porque las vacas estaban a punto de desbordarnos e iniciar nueva estampida.

 

Cañada Real Conquense





Agostaderos de Checa


Tentando veraguas



Trashumancia


Sus hijos, Macarena y Juan, quisieron sentir la vereda años después ¿Por qué no imaginar a Juan soñando aquellas noches, al raso, ese toreo que ahora tenemos el privilegio de disfrutar?