Que el tercio de varas hoy -con el año 2.011 dando paso ya al año nuevo- es un pobre recuerdo de lo que fue en un pasado más o menos lejano, resulta evidente para cualquiera que se adentre un mínimo en la historia de la Tauromaquia.
Sólo el privilegio de poder lucir el oro en su traje de luces le recuerda al picador la importancia que llegó a tener su figura en la tauromaquia antigua.
Sin necesidad de llegar tan lejos, es posible comprobar los cambios que ha experimentado el tercio de varas en los últimos setenta años, por poner una cifra abarcable. Y no me refiero sólo a las sucesivas modificaciones del peto o la puya, si no al planteamiento y ejecución de la propia suerte.
Poco o nada queda de lo esencial del castigo en varas, fundamentalmente la medida de la bravura del toro, difícilmente estimable de otra forma que no sea mediante la sucesión de puyazos, entradas y salidas al caballo.
Queda si acaso el recurso al sangrado que descongestione al animal del estrés de la lidia y prepare y ahorme su embestida en el último tercio, antes de muerte, y ahora de lucimiento del torero y en definitiva el que supone el nudo y el desenlace de la faena, pues parece que todo lo demás sobra.
El tema de la degeneración del tercio de varas tampoco es nuevo. No son pocos los que, a la vista de que cada vez con más frecuencia se simula la suerte de varas, consideran que en un futuro no muy lejano deba desaparecer como tal.
Como la palabra “castigo”, la sangre, la muerte en el ruedo, o la corrida en si misma…
La evolución del toro de lidia y su condición hoy en día suponen un hándicap en su lucha con el picador, quien consciente de las limitaciones del toro, la degeneración del tercio, y las características de la lidia en la actualidad, muchas veces o se pasa o no llega.
O se pasa masacrando el animal, estrellándolo contra el peto (oiga, no, eso no vale, al toro hay que sorprenderle y “pararle” con el puyazo antes de que llegue al caballo…) o no llega a simular el puyazo, pero la consecuencia es que no resulta fácil ver la suerte de varas como algunos, o muchos -puede que desacertadamente- pensamos que debe ser. (¿Seremos los tontos a los que se refiere Casas?)
El tema ha sido y seguirá siendo uno de los más debatidos y controvertidos. Podemos hablar y escribir tanto como queramos y sepamos, pero hay pocos ejemplos mejores que lo que escribía el maestro Corrochano en 1.966, como siempre con las palabras precisas y las ideas muy claras, poniendo la puya en lo alto del morrillo. Una vez más, llueve sobre mojado.
Son fragmentos de su libro "¿Qué es torear?” que aunque escrito hace cuarenta y cinco años, demuestra su total validez para los tiempos actuales. En esta ocasión escribía el Maestro, con su habitual acierto, sobre el Tercio de Varas...
No importa que el capote tenga más o menos vuelo; no importa que la muleta sea más larga o más corta; no importa la longitud de la banderilla; importa mucho, de una manera decisiva, el tamaño de las puyas. La puya tiene una misión perfectamente definida en la lidia, y tan fundamental, que de la suerte de varas se deriva –aunque no lo parezca- todo lo que luego se hace con el toro (…)
El toro, de salida, tiene un estado levantado, descompuesto, que es necesario fijarle para la lidia de a pie. Esto sólo puede conseguirse con la suerte de varas. En esa lucha del toro por coger el caballo y el picador por evitarlo, tiene la puya su eficacia decisiva. La puya no está hecha para matar al toro, ni siquiera para malherirle; pero si está hecha para castigarle cuanto sea necesario. La misión del picador es ir rebajando al toro puyazo a puyazo, quitándole fuerza, ahormándole la cabeza, pero sin inutilizarle por exceso de castigo. Según esto, ¿cuántos puyazos se deben dar a los toros? La contestación es bien simple: los que necesite. Cada toro tiene su pujanza, y su bravura, y su estado distinto, y necesita más o necesita menos para ahormarse y aplomarse (…)
El picador debe irle derecho al toro –si es abanto puede cerrarle un poco la salida para que no se le vaya- , acostumbrarle a embestir por derecho como los toreros de a pie, porque lo que más resabia a los toros son los cuarteos, y las salidas en falso, y el enseñarles por dónde se les puede ir (…) De esta manera, conducirá al caballo sabiendo a lo que va; irá toreándole; dará el garrochazo como deba darlo, y tratará de salvar el caballo, manejando de acuerdo la mano izquierda de las riendas y la derecha, con la que castiga. El empuje del toro, muchas veces, muchas, frustrará la maniobra del jinete y alcanzará al caballo; pero será a la salida, no a la entrada; será de cinchas atrás, no por los pechos; será un accidente de la lidia, no será entregar al caballo.
Así, la suerte bien hecha, se verá al toro, si aguanta más, si aguanta menos, si se crece al castigo, si es blando y se duele, porque en la suerte de varas bien hecha, es donde se ven mejor los toros, aunque no fuera nada mas que por esto, porque es donde mejor se ven los toros y se juzgan, debiéramos estar más atentos a ella y restaurarla como algo que tuvo grandeza, y hoy ha degenerado, hasta admitirla como un mal necesario (…)
¿Es que no hay hoy toros bravos que vayan seis o siete veces al caballo, como iban los toros de antes? Nosotros creemos que si los hay, que hay más porcentaje de toros bravos, pero lidiándolos como se deben lidiar los toros. La lidia no se refiere solamente a la manera de picar, sino a la manera de torear. Más daño hace a veces un capotazo mal dado que un puyazo (…)
Varilarguero, picador de vara larga. ¿Qué es lo que se trata de detener con la vara larga? Se trata de detener al toro. Detener, no dejarle llegar, no dejarle llegar tanto que coja al caballo. Castigar al toro con la vara larga y procurar que no tropiece al caballo.
Según sea el toro y según venga el toro, el picador manejará el caballo y manejará el palo, alargando o acortando, pero siempre con vara suficientemente larga, para intentar detener y despedir al toro antes de que coja el caballo. Si le coge, que le cogerá muchas veces, es un accidente y un riesgo con el que hay que contar, pero no hacer del accidente lo permanente y seguro, como una modalidad moderna de la suerte de varas. Porque la manera de picar al uso actual es, primero, entregar el caballo inyectado de morfina, a modo de parapeto, y cuando está el toro enredado en el peto, picar donde se alcance, a un toro que no tiene fuerza para derribar ni para irse. ¿Esto es picar? No hay duda que así se pica. ¿Así se debe picar? Estamos todos de acuerdo en que así no se debe picar.
En esto no hay arte, ni destreza, ni hay caballo, ni hay caballista, ni así se torea, ni se sabe si el toro es bravo o manso, porque no se le hace la suerte de varas, y a todos les tapan la salida, y a todos les cruzan el caballo, y a todos les dejan enganchar, y a todos les pican igual, donde cogen, delantero o trasero, alto o bajo, al azar, donde cae la puya (…)
El matador de toros no puede permanecer indiferente o distraído durante la suerte de varas. No debe reducir su acción a torear en el quite, cuando llegue su turno. El matador de toros que limita a esto su función y deja hacer a los peones de brega, descuida lo que más le interesa cuidar, lo que ha de influir en el estado del toro en el último tercio: la lidia.
El matador que no lidia al toro, no solamente prescinde de una necesidad y desatiende una obligación, sino que se expone a sorpresas, a no ver el toro o verlo demasiado tarde. Cuántas veces es causa de una faena equivocada. Hay que lidiar los toros (…)
Joselito no esperaba en la suerte de varas a que el toro saliese del caballo para aprovechar la huída dejándole pasar, poniéndose un poco al margen del camino. Joselito hacía el quite. Hacer el quite es quitarle de donde está. ¿De dónde hay que quitar al toro en la suerte de varas? Hay que quitarle del caballo. Si el matador no le quita, sino que espera a que salga; si cuando el picador barrena y mete el palo, es un espectador contemplativo, si no interviene con su capote, que por algo se llama de brega, ¿qué entiende este matador por quite? (…)
No solamente hay que quitar al toro del caballo, sino que hay que dejarle otra vez en suerte. Esto consiste en que el toro quede de tal manera situado, frente al picador –ni más lejos ni más cerca, ni más a la derecha ni más a la izquierda- que sin la intervención de los peones, sin darle un capotazo, esté en disposición de tomar otra puya.
Eso de esperar al toro arrancado o huido, dar unos lances de capa buenos o malos, supongamos que muy buenos, y quede el toro donde esté, y ahora vengan capotazos para colocarle en suerte, eso ni es hacer un quite, ni es de matadores de toros, ni es de lidiadores, ni es tener cabeza de torero aunque se cubra con montera.
Ahí queda eso…
Juselín:
ResponderEliminarQué cosas tienes, traer aquí a Corrochano. Si seguro que ese señor no tenía ni idea, como el Domingo Ortega ese, o el tal Pepe Luis, esos locos. Con lo bonito que queda el picador saliendo a darse una vuelta al ruedo sin más.
Hay una frase que es la clave de todo y es cuando el maestro Corrochano afirma que los toros suelen salir levantados. Ahora salen como si ya estuvieran picados, que a la segunda carrera se comen el suelo, o se quedan parados. Que magnífico sería que el toro presentara hoy en día los problemas de que habla don Gregorio. Como bien dices, podría haberlo escrito ayer mismo y se habría sonrojado los mismos en los que estamos pensando tú y yo, ¿no?
Un saludo
No tengo claro si leer o releer a Corrochano (o a J. Vidal o a Navalón…) es bueno o malo. Si leíste la anterior entrada del blog en la que también citaba a Corrochano hablando sobre el toro, verás que aunque tenga casi medio siglo, lo que escribió sigue vigente y debería ser casi de obligada lectura.
ResponderEliminarPero lo mejor (o lo peor) es que se comprueba que esto no mejora, al contrario.
Casi me estoy pensando hacer fotocopias y repartirlo a la entrada de Las Ventas. Así seremos tontos pero ilustrados. Total, a los que sabemos que se sonrojarían les trae sin cuidado.
Saludos