miércoles, 6 de diciembre de 2017

"Saltador", ganadería del Duque de Veragua

Toro (disecado) de la ganadería del Duque de Veragua donado por éste al Museo de Ciencias Naturales de Madrid

Para situar la escena, imaginemos una de las tertulias taurinas que tenían lugar en Madrid a mediados del siglo XIX, concretamente la del café “La Vieja Iberia”, en “La carrera”, frente a lo que hoy es la calle Echegaray.

Allí hablan y discuten, entre otros, Cúchares, su yerno El TatoEl Gordito, Cirineo, Bandolina, Currito –el hijo de Cúchares- Lagartijo, el ganadero colmenareño D. Vicente Martínez, acompañados de algunos aficionados “de categoría” y todo ello bajo la batuta de D. Pedro de Alcántara Colón, Duque de Veragua, Marqués de Jamaica, Adelantado de Las Indias, Almirante Honorario del Mar Océano… entre otros títulos y dignidades…

Escribe y describe la escena D. Luis Fernández Salcedo (bisnieto de D. Vicente Martínez) en su obra “Trece ganaderos románticos”

Cuando nos asomamos a la simpática tertulia, el Duque está en el uso de la palabra. Las patillas blancas enmarcan su rostro, bajo de color.

- Y salió el quinto toro, perteneciente a mi ganadería, Saltador por mal nombre, y berrendo en negro de pelo. 
Muy bonito y con buena cabeza, uno a uno fue metiendo en la enfermería a los dos picadores de tanda, que eran Antonín y Varillas, y a los cinco reservas: Troni, Poquito Pan, Berrinches, Briones y Hormigo. 
El bicho, que resultó muy bravo, se quedó todavía en los medios pidiendo pelea. El público gritaba “¡Caballos!, ¡Caballos!”, porque se veía que aún necesitaba más castigo. Los toreros estaban desconcertados.

Entonces, Paquiro –que fue un gran torero, sin hacer de menos a los presentes- subió al palco a conferenciar con el presidente, el cual, después de reconocer que el toro no estaba enteramente picado y que, por tanto, había que dar gusto al pueblo soberano, se comprometió a cambiar la suerte con un solo puyazo más. 
Montes, sobre esta palabra, entró en la enfermería, y como Berrinches era el que estaba menos lesionado, le convenció para que saliera, todo entrapajado, a poner un puyazo de castigo, asegurándole que él se pondría a su lado y que nada le pasaría.

-¿En qué fecha tuvo lugar esa corrida?
-El veinticinco de mayo de mil ochocientos cuarenta y uno, y a partir de  la siguiente se puso aquel aviso famoso diciendo que : “En vista de lo azarosa que había sido la anterior, no tendría derecho el público a exigir que salieran más picadores que los anunciados.”

Desde entonces no se ha dejado de poner en los carteles tal advertencia, aunque rara vez se habrá presentado este caso.


Luis Fernández Salcedo, “Trece ganaderos románticos”

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