Alguna vez he escrito en el blog sobre el alargamiento excesivo e innecesario de la faena de muleta y como consecuencia lógica, sobre la duración total de la corrida.
Yo no sé si es que me lo he tomado como algo personal y me estoy empezando a cansar de este serial tan anodino, pero llevo ya mucho tiempo observando que lo que antes era una circunstancia excepcional que no tenía porqué empañar lo que podía haber sido una buena faena, ahora se está convirtiendo en algo más que habitual.
El aviso.
No hay tarde que no se escuche algún aviso.
Y no me refiero sólo al reciente episodio acuático de El Fundi, que entra dentro de lo circunstancial, sino a la proliferación de faenas de muleta largas, larguísimas, anodinas, aburridas, sin emoción, carentes de la transmisión necesaria con los tendidos y que además, para aburrir más aún al personal, acaban con el consabido aviso.
El aviso no debería significar nada más (y nada menos) que la señal que la presidencia envía al actuante al que se le haya podido escapar el santo al cielo, recordándole que debe ir abreviando si no quiere ver devuelto el animal a los corrales.
Pero como digo, no sé si será cosa mía o de la edad, veo que últimamente debe entenderse el aviso como un despertador que la presidencia tiene a bien activar para salvarnos a todos, el de abajo y los de arriba, del tedio.
También observo, como no podía ser menos en un espectáculo tan democrático, que el público, benevolente, avisa a su vez al de luces cuando ve que aquello se alarga sin sentido, consiguiendo en más de una ocasión que desista en su absurdo empeño de sacar lo que no hay de donde nada se puede sacar. Y a veces hasta nos ahorramos el aviso.
O a lo mejor el problema es que hay que adecuar este y otros ritos y costumbres que, a la vista está, se van quedando obsoletos ante el empuje de la moderna tauromaquia.
O mejor no.
Pero algo habrá que hacer, porque al paso que vamos esta Feria me va a costar el divorcio…y mis hijos ya no me reconocen.
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