Podríamos decir, sin riesgo de exageración, que desde los orígenes de la Tauromaquia existen los antitaurinos.
A lo largo de los siglos han sido muy diversas las motivaciones que han llevado tanto a personas como a poderes públicos a oponerse a los toros, pero en el fondo de todas ellas intuyo la costumbre tan española de querer imponer al vecino nuestros gustos y nuestra moral.
El razonamiento puede ser de lo más variado. Motivos religiosos, morales, éticos, económicos…cualquier excusa ha sido siempre válida para tratar de imponerse a los gustos de los demás que no compartimos.
Haciendo un rápido repaso, el origen conocido del antitaurinismo podríamos situarlo en el último tercio del siglo XV.
El teólogo Juan de Torquemada, tío del gran inquisidor, consideró y declaró ilícita la práctica del toreo ya que consideraba que el hombre, cuya vida no le pertenece sino a Dios, no puede ponerla en peligro ante una fiera por mera diversión y entretenimiento.
Santo Tomás de Villanueva, religioso agustino, refiriéndose al espectáculo “diabólico y bestial” de los toros promueve su abolición desde el púlpito de tal forma que el eco llega hasta el Vaticano, cuando el Papa Pío V anuncia la excomunión a los fieles que participaran en este tipo de espectáculos.
Esta corriente excomulgatoria es suavizada por Clemente VIII, también a finales del siglo XVI, limitando la prohibición solamente a los Clérigos y tolerando la participación en estos festejos al resto de los fieles.
En este mismo siglo surge una nueva variante del antitaurinismo, que dejando a un lado el aspecto religioso, hace mención al animal, siempre considerado como subordinado al hombre. En la opinión de Gabriel Alonso de Herrera, agrónomo y clérigo Talaverano, es inadmisible que un animal tan útil para el hombre en el campo pueda ser utilizado y diezmado en celebraciones y festejos.
Ya en el siglo XVII, Jerónimo Cortés, naturalista valenciano que publicó en 1672 su obra Tratado de los animales terrestres y volátiles y sus propiedades, dedica el capítulo XII de su obra “al Buey y sus provechos”. Según Cortés, El demonio, como enemigo de nuestro bien, inventó el juego de toros para que así ellos destripasen hombres. En estos tiempos se tiene como hazaña y valentía matarlos en tan peligroso placer como es el que llaman juego de toros.
En realidad no deja de ser una opinión, pero da pie a un argumento que fue ampliamente utilizado por los detractores de la Tauromaquia durante siglos, el aspecto religioso. Curiosamente, se dibuja al animal casi como un enviado del diablo con la misión de destripar hombres (quizá de ahí derive el concepto de alimaña aplicado a aquellos toros que tienen determinados comportamientos durante la lidia, quien sabe…).
Pedro Pablo Abarca de Bolea, más conocido como el Conde de Aranda, personaje influyente y clave en muchos episodios de la historia de España, utilizó sus grandes influencias como Secretario de Estado de Carlos IV y Presidente del Consejo de Castilla para abogar por la prohibición de los festejos taurinos durante la segunda mitad del siglo XVIII, por considerarlo un espectáculo sanguinario y perturbador de la economía, ya que obligaba a la gente a gastarse su dinero en esta bárbara diversión llevándoles a privarse de sus verdaderas necesidades.
Ya en el siglo XIX llega a plantearse en las Cortes la posible prohibición de la Tauromaquia a petición del diputado Salustiano Olózaga. Según las crónicas, las graves cogidas y alguna muerte de toreros, en especial la de Pepete, en Madrid, motivaron un gran debate sobre la conveniencia de prohibir las corridas de toros.
En 1877, el Congreso de los Diputados admitió a trámite una proposición de Ley del Marqués de San Carlos por la que quedarían abolidas las corridas de toros. El senado, en votación definitiva, no permitió que la proposición saliera adelante.
El mismo Marqués, por lo que deduzco contumaz antitaurino, volvió a la carga años más tarde presentando nuevamente su proposición en 1885, saliendo nuevamente derrotada.
Tras un largo período de relativa calma, si exceptuamos lo que podíamos llamar el antitaurinismo literario, en los primeros años del siglo XXI vuelven a resurgir los movimientos prohibicionistas, en los que aún siendo el fondo de la cuestión el mismo, (esto es, el intentar prohibir lo que no me gusta a mí), cambian las formas en cuanto a la motivación. Desaparecidos los motivos religiosos, encuentran eco ahora los razonamientos que giran en torno a una supuesta ética animalista.
En definitiva, no nos enfrentamos a nada nuevo, cambia únicamente la forma y el razonamiento, pero subyace en el fondo de la cuestión la costumbre tan española de decirle al vecino lo que puede, debe, o no debe hacer.
Juselín:
ResponderEliminarYo de las cosas más ocurrentes que he leído es aquello de Felipe II, que ante la prohibición papal a que se torearan toros concluyó con: Pues que se toreen vacas.
Un saludo y enhorabuena por el trabajo, aunque... ¿y si a los aficionados de ahora nos excomulgan?
Todo se andará...mientras no nos lleven a la picota...
ResponderEliminarYo por si acaso dejé de fumar hace muchos años para no dar motivos, porque los taurinos-fumadores en los tiempos que corren reunen el doble de papeletas para ser carne de excomunión.
Aunque a mi ir a los toros y no oler a puro me resultaría triste.
La cuestion de fondo es, como muy bien dices, gente que llega a considerarse moralmente superior hasta el punto de entender que es legítimo prohibir aquello que personalmente no les gusta.
ResponderEliminarEsto es algo muy visible en el tema de los toros, pero hay ejemplos a patadas en la vida pública Española.
Tranquilos, la iglesia es igual de farisea ahora que hace 50 y 500 años. No os pasará nada a los taurinos a pesar de que piensen que relamente os tenían que excomulgar. Tenéis el apoyo político y es lo que vale.
ResponderEliminarEnhorabuena