Releyendo la Tauromaquia de Paquiro, se encuentra uno con cosas interesantes y curiosas. En algunos momentos no parece que estés leyendo un tratado escrito en el año 1836, y si no fuera por el diferente lenguaje empleado, podría pasar perfectamente por ser una publicación actual.
Por si acaso alguien que ha llegado hasta aquí desconoce de que estoy hablando, aclaro que “Tauromaquia Completa, o sea el arte de torear en plaza tanto a pie como a caballo, escrita por el célebre lidiador Francisco Montes, y dispuesta y corregida escrupulosamente por el editor”, tal y como reza en la edición de 1.836, aún siendo menos conocido que El Arte de Torear de José Delgado (Pepe Illo) publicado en 1.796, es probablemente el tratado sobre Tauromaquia más consultado por aquellos que con posterioridad aportaron su conocimiento sobre el mundo taurino.
Francisco Montes fue, tras la desaparición de Pedro Romero, Costillares y Pepe Illo, la figura dominante en el toreo durante el segundo tercio del siglo XIX.
Entre las muchas cosas interesantes que escribió Paquiro, voy a transcribir en parte el capítulo dedicado a las diferentes clases de toros.
Según él, los toros pueden ser boyantes, revoltosos, que se ciñen, que ganan terreno, de sentido y abantos.
“Se llaman toros boyantes, francos, sencillos y claros aquellos que, siendo muy bravos, conservan la sencillez propia suya, y, por consiguiente, puede decirse de ellos que son los que tienen más pronunciadas las inclinaciones con que la naturaleza marcó su especie. Estos toros son los más a propósito para todas las suertes: van siempre por su terreno; siguen perfectamente el engaño, y las rematan con tanta sencillez y perfección y tan sin peligro del diestro, que parecen, más bien que una fiera, un animal doméstico enseñado por él.
Los toros revoltosos, que algunos distinguen de los celosos, siendo en realidad unos, son aquellos que, iguales en todo a los boyantes, sólo se diferencian de ellos en que tienen más celo por coger los objetos y, por consiguiente, se revuelven mucho para buscarlos, sosteniéndose con fuerza sobre las manos en toda clase de suertes y siguiendo con la vista el engaño o el bulto que, sin saber cómo, se les huyó de la cabeza. Estos toros son también muy buenos de torear, como veremos cuando se hable de las suertes, siendo las que se hacen con ellos tanto mas lucidas cuanto muestran más bravura y celo por los objetos que los boyantes, y no dan lugar, como aquellos, a perder de vista que son fieras.
Se llaman toros que se ciñen aquellos que, aunque toman cumplidamente el engaño, se acercan mucho al cuerpo del diestro y casi le pisan su terreno. Estos toros deben torearse con algún más cuidado, principalmente en los pases de muleta; pero, sin embargo, tienen sus suertes muy lucidas y seguras.
Los toros que ganan terreno son aquellos que cuando están en la suerte empiezan a caminar hacia el diestro, ya cortándole el suyo, ya siguiendo el terreno de afuera. Estos toros tienen dos géneros que importa distinguir. El primero se ve en aquellos que desde la primera suerte empiezan a ganar terreno, y, por consiguiente, se conoce que es modo natural suyo de partir. El segundo se observa en los que empiezan a ganar terreno después de haber hecho con ellos varias veces las suertes; estos deben torearse con más cuidado que los otros, pues el ganar terreno lo hacen con malicia, en virtud de haber sido burlados de antemano; sin embargo, tienen suertes muy seguras, pero cuando se les junta el rematar en el bulto son los mas difíciles de torear.
Los toros de sentido son aquellos que distinguen al torero del engaño, y, por consiguiente, desprecian a éste, no lo siguen, y rematan siempre en el bulto; alguna vez toman el engaño, pero es por fuerza, y su remate en el cuerpo del torero; aunque es difícil lidiarlos, también tiene el arte recursos para ellos.
José Delgado, Hillo, en su Tauromaquia, pone otra clase de toros de sentido, compuesta por los que atienden a todo objeto, sin contraerse especialmente a los que los cita o llama, pero que en las suertes son claros; y aunque respeto su dictamen, sin embargo, en esto padeció una equivocación, pues esta propiedad la tienen unas veces los boyantes, muchas los revoltosos, algunas los que se ciñen, pocas los que ganan terreno y siempre los abantos, pero nunca los verdaderos toros de sentido, siendo además una contradicción visible poner como clase de toros de sentido, cuyo distintivo es la malicia en las suertes, unas reses que, según él mismo, son claras en ellas.
Se llaman toros abantos aquellos que son medrosos por naturaleza, y los hay de varias clases: unos lo son tanto, que conforme ven al torero se salen huyendo, de modo que no es posible hacer suerte con ellos; otros hay que arrancan y antes de entrar en jurisdicción se arrancan con prontitud, saliéndose de la suerte, ya por el terreno de afuera, ya por el de adentro, y a veces por el que ocupa el diestro, lo cual es el efecto del miedo que tienen; pero sin embargo lo pueden arrollar en este contraste; otras veces estos toros arrancan con prontitud y cuando llegan a jurisdicción, y en el mismo momento en el que el diestro va a cargarles la suerte, se quedan cerniendo en el engaño hasta que se escupen fuera o lo toman. Hay otra especie de toros abantos de que algunos hacen clase aparte con el nombre de bravucones, que son lo menos medrosos de todos ellos, pero que parten muy poco, y alguna vez al tomar el engaño rebrincan, y otras se quedan en el centro sin formar suerte. No me parece que estos toros deban formar una clase aparte, pues no son otra cosa que una especie de los abantos; sin embargo, José Delgado los pone como distintos.
Estas clases de toros son las únicas que, por sus propiedades particulares, merecen mucha atención para conocerlos perfectamente y ejecutar las suertes con seguridad.
Sin embargo, me parece oportuno decir alguna cosa de los toros burriciegos(…)
Haremos pues tres clases: los de la primera, que son los que ven mucho de cerca y poco o nada de lejos, tienen la contra para torearse de que, siendo preciso para que vean al diestro citarlos siempre sobre corto, y advierten distintamente muy cerca de si un objeto que casi no saben por dónde ha venido, arrancan con mucha codicia y ligereza (…)
Los de la segunda clase ven poco de cerca y mucho de lejos; son muy difíciles de torear, porque, como no distinguen bien, arrancan al bulto todo lo que tiene delante, y por lo regular buscan el cuerpo, como objeto mayor y que ven mejor.
Los de la tercera son lo que tanto de cerca como de lejos ven poco; tienen la ventaja que rara vez observan el viaje y siguen al diestro hasta rematar, y si no fuera porque son muy pesados en todas las suertes y se aploman con facilidad, serían los mejores burriciegos."
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