El mundo de los toros lleva
años viviendo encerrado en una bonita urna de cristal con su microclima, su
fauna, su flora, su propio medio ambiente, su particular atmósfera, sus
discusiones sobre si son galgos o podencos, si cárdenos o jaboneros… mientras fuera
de la urna, el mundo exterior y su atmósfera resulta cada vez más hostil, irrespirable
y tóxica para nosotros.
Para los que hemos vivido en
el mundo exterior cuando no había urna, el aire era respirable, y crecíamos
viendo toros en la televisión, los toros eran algo tan normal que aficionarse era
tan sencillo como una simple cuestión de gustos. Ni más ni menos.
El antitaurino no existía
como tal, simplemente te gustaban los toros o no, sin más.
Claro que había quien estaba
en contra y le hubiera gustado que desaparecieran, pero la corriente iba
entonces en su contra y además, seguramente, la sociedad entonces era más
tolerante y abierta. Y no me estoy remontando siglos atrás, tan solo unos pocos
años, treinta quizá, no más.
En los colegios, en los Institutos,
en la Universidad, en el pueblo, en la ciudad… que te gustaran los toros era
tan habitual y común que nadie se sentía incómodo en reconocer su afición o sus
gustos.
Ahora, desde que vivimos en
nuestro propio mundo acristalado y aparentemente al margen de los peligros del
mundo exterior y su irrespirable atmósfera, reconocerse como aficionado a los
toros puede resultar molesto, incómodo, y hasta arriesgado si en una fugaz
excursión al mundo exterior topamos con algún cansino adoctrinador en valores
éticos. No te digo nada si además pertenece al selecto grupo de “salvadores de
almas perversas” facción violenta.
Pero para quien la
dificultad es máxima es para la juventud aficionada o simplemente para la gente
joven a la que le gustan los toros. Y si su entorno es urbano la dificultad, y
por tanto el mérito, es especialmente considerable.
En el mundo rural, al menos
en regiones donde tradicionalmente ha habido afición a los toros, se sigue
viendo con cierta naturalidad la relación hombre-animal, y reconocerse
aficionado por debajo de los treinta años, aun siendo cada vez menos frecuente,
no le hace a uno merecedor del rechazo generalizado de su entorno. Aun así, cuanto
más joven, más difícil y meritorio es ser aficionado a los toros.
En el mundo de los
urbanitas, la atmósfera se vuelve aún más irrespirable para la juventud
taurina. El desarraigo es total. La labor de propaganda y adoctrinamiento del
animalismo (mascotismo, veganismo…) ha resultado tremendamente eficaz, y
reconocerse aficionado por debajo de los treinta años es casi un acto heroico.
Esta es la realidad.
Sin cantera no hay futuro, y
el tiempo corre en contra.
El futuro de los Toros (La
Fiesta, la Tauromaquia…) pasa primero por un apoyo incondicional a la juventud
taurina y después por una reconquista de ese todavía existente sector de la
juventud que “pasa” de los toros pero aún no ha sido abducido por las mentiras
del adoctrinamiento del llamado “animalismo”, término que no acabo de
comprender y que encierra en sí mismo una mentira más.
¿Y cómo se consigue esto?
Doctores tiene la Iglesia, pero es fundamental que el acceso a las Plazas de
Toros sea considerablemente más asequible al exiguo bolsillo de un estudiante o
de un adolescente/jovenzuelo (Millenials y demás fauna antes conocida como
“joven”)
Salvo en Las Ventas, donde
conseguir una entrada a partir de 4-5 euros es relativamente fácil, las
entradas a los toros tienen que ser necesariamente más baratas, especialmente
para la juventud.
Y si las cuentas no salen
habrá que cambiar el “método de cálculo”. Empresarios y profesionales del toreo
tienen que ajustar sus expectativas si quieren que nuestro mundo de cristal no
empiece a resquebrajarse y nuestra particular atmósfera se vuelva irrespirable
también para nosotros.
O también podemos seguir
arreglando goteras en nuestra urna, mirándonos el ombligo, y seguir discutiendo
si son galgos o podencos, cárdenos o jaboneros.
Pero si dejamos de respirar
moriremos por asfixia.
Suele pasar.