lunes, 22 de enero de 2018

Juventud aficionada, más difícil todavía




El mundo de los toros lleva años viviendo encerrado en una bonita urna de cristal con su microclima, su fauna, su flora, su propio medio ambiente, su particular atmósfera, sus discusiones sobre si son galgos o podencos, si cárdenos o jaboneros… mientras fuera de la urna, el mundo exterior y su atmósfera resulta cada vez más hostil, irrespirable y tóxica para nosotros.

Para los que hemos vivido en el mundo exterior cuando no había urna, el aire era respirable, y crecíamos viendo toros en la televisión, los toros eran algo tan normal que aficionarse era tan sencillo como una simple cuestión de gustos. Ni más ni menos.

El antitaurino no existía como tal, simplemente te gustaban los toros o no, sin más.

Claro que había quien estaba en contra y le hubiera gustado que desaparecieran, pero la corriente iba entonces en su contra y además, seguramente, la sociedad entonces era más tolerante y abierta. Y no me estoy remontando siglos atrás, tan solo unos pocos años, treinta quizá, no más.

En los colegios, en los Institutos, en la Universidad, en el pueblo, en la ciudad… que te gustaran los toros era tan habitual y común que nadie se sentía incómodo en reconocer su afición o sus gustos.

Ahora, desde que vivimos en nuestro propio mundo acristalado y aparentemente al margen de los peligros del mundo exterior y su irrespirable atmósfera, reconocerse como aficionado a los toros puede resultar molesto, incómodo, y hasta arriesgado si en una fugaz excursión al mundo exterior topamos con algún cansino adoctrinador en valores éticos. No te digo nada si además pertenece al selecto grupo de “salvadores de almas perversas” facción violenta.

Pero para quien la dificultad es máxima es para la juventud aficionada o simplemente para la gente joven a la que le gustan los toros. Y si su entorno es urbano la dificultad, y por tanto el mérito, es especialmente considerable.

En el mundo rural, al menos en regiones donde tradicionalmente ha habido afición a los toros, se sigue viendo con cierta naturalidad la relación hombre-animal, y reconocerse aficionado por debajo de los treinta años, aun siendo cada vez menos frecuente, no le hace a uno merecedor del rechazo generalizado de su entorno. Aun así, cuanto más joven, más difícil y meritorio es ser aficionado a los toros.

En el mundo de los urbanitas, la atmósfera se vuelve aún más irrespirable para la juventud taurina. El desarraigo es total. La labor de propaganda y adoctrinamiento del animalismo (mascotismo, veganismo…) ha resultado tremendamente eficaz, y reconocerse aficionado por debajo de los treinta años es casi un acto heroico. Esta es la realidad.

Sin cantera no hay futuro, y el tiempo corre en contra.

El futuro de los Toros (La Fiesta, la Tauromaquia…) pasa primero por un apoyo incondicional a la juventud taurina y después por una reconquista de ese todavía existente sector de la juventud que “pasa” de los toros pero aún no ha sido abducido por las mentiras del adoctrinamiento del llamado “animalismo”, término que no acabo de comprender y que encierra en sí mismo una mentira más.

¿Y cómo se consigue esto? Doctores tiene la Iglesia, pero es fundamental que el acceso a las Plazas de Toros sea considerablemente más asequible al exiguo bolsillo de un estudiante o de un adolescente/jovenzuelo (Millenials y demás fauna antes conocida como “joven”)

Salvo en Las Ventas, donde conseguir una entrada a partir de 4-5 euros es relativamente fácil, las entradas a los toros tienen que ser necesariamente más baratas, especialmente para la juventud.

Y si las cuentas no salen habrá que cambiar el “método de cálculo”. Empresarios y profesionales del toreo tienen que ajustar sus expectativas si quieren que nuestro mundo de cristal no empiece a resquebrajarse y nuestra particular atmósfera se vuelva irrespirable también para nosotros.

O también podemos seguir arreglando goteras en nuestra urna, mirándonos el ombligo, y seguir discutiendo si son galgos o podencos, cárdenos o jaboneros.

Pero si dejamos de respirar moriremos por asfixia.
Suele pasar.