miércoles, 30 de enero de 2013

#FestivalChanoPor



Me sumo a la iniciativa.

Confieso mi desconocimiento casi absoluto del universo Twitter, será cosa de la edad.
Como el tiempo vuela, y en tanto que me planteo  hincarle el diente al pajarito silbón, me sumo a la iniciativa de pedir, no, reclamar, un detalle torero con El Chano en Las Ventas.
Aunque dudo mucho de la implicación de quién más lo debe hacer, empresa, ganaderos, “artistas” y demás, ojala me den en toda la boca y podamos verlo hecho realidad.
Por si acaso aquí queda mi particular aportación a esta causa, que debería ser la nuestra.

#FestivalChanoLasVentasYa

domingo, 13 de enero de 2013

La Pesadilla




Con algún esfuerzo conseguí subir hasta mi andanada y logré sentarme en el comodísimo asiento.
Menos mal que Angelito y Laura, mis nietos, me ayudaron a subir las empinadas escaleras.
Les conté que hacía muchos años, en Las Ventas cabíamos más de veintidós mil almas sentadas…pero incómodas. Ahora no llegábamos a los diez mil, pero a cambio los asientos eran muy cómodos y podías estirar las piernas a placer.
Como siempre, aún a riesgo de resultar pesado, intentaba contar a mis nietos cómo era la Fiesta que yo conocí, con la secreta esperanza de que algún día ellos la volvieran a vivir. ¡Qué iluso!

El cartel de la tarde era de los importantes de la temporada y había generado una gran expectación.
Un cartelazo con Alejandro Cargante, José María  Encinares, y Julián Rodriguez “El Rodri”, tres toreros de moda que me recordaban a  los que antaño conocimos como “los del gediez”. 
Mientras empezábamos a dar cuenta de  un enorme cubo de palomitas sintéticas y unas bebidas de color verde que extrañamente sabían a naranja, comenzó el paseíllo a los sones de una canción muy de moda cuyo nombre desconocía. Eso si, los jóvenes la coreaban perfectamente al unísono y daban palmas al compás.
Detrás de los toreros, con sus caros trajes de diseño, desfilaban los recortadores y las alegres animadoras. Ya no quedaba ni el recuerdo de los banderilleros, picadores, mulilleros, areneros…¡qué pesado eres, abuelo, eso era hace un taco de años…!

Tenía razón Angelito. Eché la mirada atrás y recordaba perfectamente como después de lo de Cataluña (entonces pertenecía a España, que a su vez era europea), y San Sebastián (que entonces todavía formaba parte del País Vasco) toda una avalancha de prohibiciones y trabas desembocó en aquel fatídico y ya muy lejano 2.016, en el que desapareció  la añorada suerte de varas, de muerte natural todo hay que decirlo. No en vano hacía ya muchos años que aquella suerte ya no se ejecutaba como mandaban los cánones.

Poco después, también recuerdo como si fuera hoy la fecha del decreto a pesar de los años que han pasado, el 19 de mayo de 2019  y ya inmersos en plena doctrina Disney, (en las películas de Disney los animales, incluido el toro Ferdinand, hablaban) se prohibió la muerte del toro en la plaza, y el tercio de muerte pasó a conocerse simplemente como “tercio de muleta”.

Y apenas un par de años antes  de nuestra ruptura con  Europa, nuestro gobierno de Bruselas prohibió el uso de las banderillas (garapullos, rehiletes, avivadores, palitroques), y tras un par de años de no saber muy bien qué hacer en ese tiempo muerto, y en vista de que los banderilleros ya no tenían sentido, la mayoría se  reconvirtió en recortadores y la coyuntura de la  Fiesta dio paso al “tercio de recortes”.

Absorto en la pesada charla que les estaba dando a las pobres criaturas, casi no reparamos en la salida del primer toro al ruedo, un bonito morlaco de capa azul celeste como los colores del patrocinador del evento, antes llamado “corrida”.
Para ser más exactos era azul celeste, bragado y meano añadí yo, aunque esta expresión le pareció muy grosera y de mal gusto a mi vecina de asiento, una joven con cara de loro y con el pelo también azul, casualmente.
A esos pitones les faltan cuatro dedos –pensé- pero eso era lo de menos, lo realmente llamativo era lo puntiagudo de su terminación, casi parecían lápices bien afilados…
La normativa actual obligaba a cortar entre tres y cinco  centímetros del pitón y afilar después hasta conseguir una terminación en astifina  punta.

Tras darse el burel unas vueltas por el ruedo, surgió del burladero de toreros (antes matadores) Alejandro Cargante, el torero (antes matador), quien con un enorme capote dio comienzo al “tercio de capotes” con una serie de “Morantinas” rematadas con una media “Juliana” de bonita factura.
Otra serie de “Manzanarinas” por el pitón izquierdo y una especie de galleo por Fandiñas pusieron el toro en suerte para la cuadrilla de recortadores,  quienes durante un buen rato dieron muestra de un amplio repertorio de saltos, recortes y quiebros hasta dejar al pobre animal exhausto, pero eso si, sin una gota de sangre a la vista por supuesto.

¡Qué bárbaros erais, abuelo!, me decía Laura ¿Y no os daba asco y pena ver al toro lleno de sangre? Es que la Fiesta era así, Laura. Sería muy largo de explicar, quizá otro día con más tiempo…

Antes de que comenzara el tercio de muleta, las animadoras saltaron al ruedo y, mientras el animal miraba embobado al burladero y parecía ajeno a las evoluciones de las jóvenes, ellas bailaban al ritmo de lo que me pareció adivinar como una versión electrónica y algo acelerada de “Amparito Roca”.

Empezó Cargante el tercio de muleta en lo que antes llamábamos la boca de riego con algo parecido a un estatuario. El toro, todo nobleza y sosería, iba y venía sin dar en ningún momento sensación de querer “echarle mano”. Ahora por la derecha, ahora por la izquierda, ahora de espaldas, de rodillas, por arriba, por abajo…La verdad es que Cargante hacía lo que quería con el obediente bicho, desatando el entusiasmo en los tendidos.
El último pase consistía en hacer entrar al bicho por donde salió, los toriles.

Una especie de molinete, un pase del desprecio y un desplante y el animal desapareció mansamente por donde había venido.
Los espectadores, enloquecidos con la vibrante faena,  fueron activando sus orejímetros y pulsando lo que les parecía justa recompensa. Yo, por indicación de mis nietos pulsé “dos orejas” que se reflejaron en el video-marcador sumando una aplastante mayoría del 78%.

Trofeos merecidos, opinaban los vecinos de tendido. Lo que no les gustaba es que yo les recordara que antes eran las orejas del toro lo que realmente se llevaban (¡que horror! ¡Qué ordinariez! ¡quee baaaarrbaroos!)

Justo cuando la guapa animadora ataviada con lo que más parecía un ancho cinturón que una corta minifalda, iba a hacer entrega de las dos orejas de cerámica de Talavera al diestro… sonó el despertador y me desperté…  asustado, casi temblando y bañado en sudor…

Ufff!! ¡qué alivio! ¿Habría sido sólo un sueño?

martes, 8 de enero de 2013

Catecismo Taurino



Sigo con la “Cultura general”.
Traigo al blog un pequeño fragmento de una curiosa publicación titulada “Catecismo Taurino. Breve Compendio de conocimientos útiles a los aficionados a toros, editado en Madrid en 1.908 y escrito por Manuel Serrano García-Vao (“Dulzuras”) escritor, periodista, y crítico taurino de ABC en los primeros años del siglo pasado (a quien sustituyó Gregorio Corrochano).

En el capítulo dedicado a “La Suerte de matar. Los pases de muleta”, como reza el subtítulo, encontramos algunos conocimientos útiles para los aficionados a los toros…

Ocurre que no siempre los lidiadores saben o pueden dar a cada toro la lidia conveniente, y cada res llega en sus especiales condiciones al trance final, en el que con los pases de muleta ha de corregir el espada todos los defectos, en muy poco tiempo, para conseguir dar la estocada lucidamente y antes de que llegue el espectador a aburrirse.

Existen dos clases de pases, que pudiéramos llamar originarios, de los que se derivan todos los demás que se dan a los toros. Son éstos el pase natural y el de pecho.
Ambos se dan con la mano izquierda, que es con la que deben hacerse todas las faenas, no apelando a la derecha sino cuando los toros están aquerenciados a las tablas o cuando se acuestan mucho del lado izquierdo.

El pase natural se da del modo siguiente: se colocará el diestro en la rectitud del toro con la muleta en la mano izquierda, el brazo extendido y completamente cuadrado el engaño hacia el terreno de afuera.
El toro, si es boyante y claro, acudirá por su terreno a la muleta y, cuando llegue a jurisdicción, cargará el torero la suerte y sacará el engaño por alto o por bajo, si hay que subir o bajar la cabeza, o completamente derecho si no hay defecto que corregir, dando un cuarto de vuelta y quedando preparado para otro pase.
Si el toro acude por el mismo terreno es de gran mérito repetir una o dos veces el mismo pase, y con tres o cuatro naturales dar una vuelta completa, lo que constituye el toreo en redondo, que muy pocas veces se ve por no ser fácil ni mucho menos.

Cuando, después del pase natural, el toro se revuelve ligero, buscando el trapo rojo hacia el terreno de dentro, debe el torero poner el brazo de la muleta hacia este mismo terreno, y con el engaño perfilado, formando un solo bulto con trapo y cuerpo, empapar al toro sobre corto y dar salida por el terreno del diestro, lo que resulta lucidísimo y se denomina “pase de pecho”.
Estos son los dos pases de los que derivan todos los demás, como antes se ha dicho.

(…) Ya se ha dicho que no deben usarse los pases con la derecha sino en los casos precisos, a pesar de lo cual son muchos los toreros que por miedo o ignorancia los ejecutan con frecuencia.