Tierras Taurinas, de André Viard, me supone siempre una lectura entretenida y enriquecedora. En el opus 6, dedicado a la ganadería y encaste de Pablo-Romero, además de un repaso como siempre exhaustivo a la historia de este encaste tan singular, se plantean una serie de “misterios” por resolver en torno a los míticos “toros guapos”.
De entre los misterios cabe destacar, por convertirse casi en la línea argumental de la publicación, lo que denomina “la hipótesis Saltillo”, cuyo origen se sitúa en la rumoreada y nunca reconocida cruza que se produciría en torno a 1.914 y 1.917 de la vacada de D. Felipe de Pablo Romero y Llorente con sementales del Marqués de Saltillo, en ese tiempo en manos de su viuda, a la sazón hermana de D. Felipe de Pablo Romero que es quien tras la muerte del Marqués se convierte en su albacea testamentario.
Viard trata de demostrar o al menos sugerir esa hipótesis, basándose en la aparición casi repentina por aquellos años en los toros de Pablo-Romero de tipos asaltillados con su característico hocico de rata y predominio del pelaje cárdeno, entre otros caracteres típicos de los toros del Marqués, lo que junto con análisis actuales de ADN, ciertamente parece evidenciar la cruza tras la singular cohabitación de ambas ganaderías en la finca de La Herrería, en Sanlúcar la Mayor.
Lectura muy entretenida, como siempre, y de la que a continuación transcribo un pasaje en el que, tratando de la aparición en la escena taurina de una figura que resultará tan determinante como es el apoderado, refiere el asunto de Manolete con los Pablo-Romero, y José Flores “Camará”, su poderoso apoderado, de por medio.
“A partir de su tercera temporada como matador, el público le reprocha a Manolete las exigencias de Camará, quien impone a los ganaderos la obligación de mandar para su torero los toros que él elige, y la de “humanizarlos”, un término que en el mundillo se usa para referirse púdicamente al afeitado.
Un día de 1.941, cuando Manolete acaba de realizar una gran faena a un toro de una de sus ganaderías predilectas, una voz se alza en los tendidos: “Eso había que hacerlo ayer…” La reprimenda da en el blanco. La víspera, en la misma plaza, un corridón de Pablo-Romero, admirablemente presentado, bravo y poderoso, entusiasmó a los aficionados.
Manolete está furioso. Deseando no dejar pasar la injuria, cosa que podía afectar a la imagen de su torero, Camará le convence de seguir lidiando los toros de Pablo-Romero, y le indica sus condiciones al ganadero: Los toros los eligirá él y serán “afeitados”.
Ofendido, José Luis de Pablo-Romero y Artoloitia le rehúsa.
La sanción no tarde en llegar: no sólo Manolete no volverá a torear una sola de sus corridas, tampoco irá a torear a las plazas donde se anuncien los toros de Pablo-Romero…Manolete es entonces una figura inevitable, y los organizadores tienen que obedecer.
Treinta y cinco años más tarde, José Luis de Pablo-Romero y Artoloitia, quien entonces tiene 77 años, le confirma los hechos a Alfonso Navalón: “ Manolete nos echó de todas las ferias porque habíamos rehusado afeitar a nuestros toros para él ¡Únicamente cumplimos con nuestro deber!...No aceptamos simplemente porque no estaba autorizado. Ni más ni menos.
¡El día en que el afeitado sea legal, cortaremos los pitones más que cualquiera!
Mientras tanto, el hacerlo equivale a deshonrarse. ¡Y que no me hablen los taurinos de “humanizar”! Ya que el fondo del problema no es más que una cuestión de dinero. Todo se hace por dinero.
No para proteger al torero, sino para proteger el dinero que puede hacerles ganar”.
El veto siguió siendo efectivo en 1.942 y 1.943. “En esos años, precisa el venerable ganadero, tuvimos que lidiar nuestras corridas en las plazas de segunda a las que Manolete no iba…y las que no se vendieron, tres cada temporada, ¡las hice apuntillar!”.
En 1.944, el resentimiento del matador se aplaca. Manolete se reencuentra con los Pablorromeros el 10 de agosto en Málaga, y el 23 de agosto en Bilbao, en una corrida matinal, que había sido suspendida la víspera debido al mal tiempo.
El ganadero no había cedido a las exigencias del apoderado, pero algunas empresas intercedieron por él…El torero no pudo triunfar.
Sin embargo el conflicto se había solucionado parcialmente.
Hasta la cornada mortal en Linares, el 28 de agosto de 1.947, Manolete no volvió a lidiar un solo toro de Pablo-Romero, pero Camará no se opuso más a la presencia de dichos toros en la misma plaza que su torero.
Quizá haya que ver en este lío el origen de la dicotomía sobre la que desde entonces van a estructurarse las ferias: De un lado los toreros estrella frente a ganaderías “comerciales”, y del otro los “toros-toros".