Siempre se ha dicho que de toros sólo saben las vacas, y
no todas.
Yo, que me considero un simple aficionado, o al menos eso
creo, muchas tardes me pregunto que hago yo ahí sentado, pasando frío o
calor, a un montón de kilómetros de mi casa y viendo a un pobre animal manso,
mas parecido a un borrego que a lo que yo creía que era un toro de lidia, y tratando de huir de un señor ataviado con un
extraño vestido brillante que intenta que persiga un trozo de tela. Tal cual.
Sin embargo sigo acudiendo a las plazas con la esperanza
de ver “la faena”.
Y la verdad es que son pocas las tardes en las que me
vuelvo a casa sin haber visto “algo”. Será por eso que repito.
A veces me acompaña un amigo al que no se puede decir que le
gusten especialmente los toros.
No es contrario, digamos que es indiferente, pero si hay
que ir se va, aunque en el fondo pienso que el pobre lo hace por acompañarme y
que no me sienta solo.
Reconozco que soy un aburrido al menos en los toros. No
hablo, no suelo comer pipas, y sólo de vez en cuando me tomo una cerveza, o un “pelotazo”
si el bolsillo lo permite.
Pero me preocupa pensar que mi amigo se estará
aburriendo, qué cosas se le pasan por la cabeza, qué estará pensando.
Por qué el toro
vuelve a acudir al caballo si sabe que le van a hacer daño?
-La casta, amiguete, la casta. Eso es lo que hace grande y
especial esta afición
¿Cómo le explicas tú eso a uno de los que llamamos
“antitaurinos”?
A Fandiño le salió mal la tarde de Las Ventas. No se si se trató de un
exceso de presión, una presión obsesionante, o la decepción personal de ver que
aquello no iba saliendo como había soñado. La cuestión fue que faltaron ganas,
aunque parezca una paradoja, faltó disposición, y quizá sobró un guión previo.
Los toros se ajustan mal a los guiones.
El caso es que Fandiño nos brindó lo que queríamos ver, y
por eso acudimos a llenar Las Ventas. Porque queríamos ver a un torero
enfrentándose a esos hierros que nos atraen sólo con oírlos nombrar. Y los vimos,
y la cosa no salió como todos habíamos pensado.
Y Fandiño también nos ofreció un tercio de varas como nos
gusta, con sus defectos de colocación, si, pero al menos vimos “algo”. Y yo
pude contarle a mi amigo por qué el toro de lidia vuelve a acudir al caballo si
le han hecho daño.
La casta, amiguete, la casta. Esta vez con cuentagotas
Aunque sólo fuera por eso es de agradecer el gesto de
Fandiño.
El
razonamiento más simple que puede hacer un observador como mi amigo llevaría a
la conclusión de que el toro manso, el que rehúye la pelea, es en realidad el
animal listo.
Y por el
contrario, el toro que acomete contra el de la vara una y otra vez sería el
animal tonto. Nadie busca innecesariamente el dolor ¿no?
Pues
volvemos a lo mismo, la casta, amigo, la casta.
Realmente
demuestra bravura el toro que persigue
las telas sin que ello le produzca molestia ni dolor alguno? Al fin y al
cabo, no deja de ser un engaño, una burla del hombre, supuestamente
inteligente, contra el animal, la fuerza bruta.
¿Codicia?¿Fijeza?...
Seguramente si, pero bravura me temo que no.
Donde
realmente se demuestra la bravura (la casta) es ante el puyazo que le produce
dolor, o al menos según lo que el hombre
considera que debe producir dolor.
¿Y a
santo de qué viene todo esto? Pues a que en las dos primeras corridas de la
temporada venteña he visto dos conceptos y dos formas de tratar la suerte de
varas muy distintos.
Como no
escarmenté, el pasado domingo me fui a ver a los “Martinlorcas” y volvimos a lo
de siempre. En cuanto el toro acude al caballo y el piquero empieza su trabajo,
comienzan las protestas de una parte del respetable. Y no digamos si el caballo
posa medio casco fuera de la raya…El acabóse.
Como la
suerte de varas, que se acaba inexorablemente.
-¿Habrá
que picarlos no? Decía yo al quien me quisiera oír, ya que mi amigo esta vez no
me acompañaba.
- Es que si le pican se va a caer porque no tiene fuerza, me
contestaba alguno.
-Pues si
no acude al caballo porque no tiene casta, y se cae porque no tiene fuerza, debería
volver por donde salió…porque eso, al menos para mi, no debe ser un toro de
lidia…y a mi ver torear a un borrego me da mucha lástima, señores.
Ese día al
menos ví un torero que ejecutó algunas
series realmente meritorias y construyó una sólida faena al único animal que
enseñó algo de raza.
Si la faena
la hubiera firmado alguien que no se llame Eugenio de Mora, hubiéramos tenido “faena”
para rato, pero el de Mora, que no es La Puebla ni Galapagar, deberá seguir ganándose
a pulso su presencia en los carteles.
Y
también estuvo muy por encima del medio borrego con el que le tocó cerrar plaza
Víctor Barrio, que sacó petróleo de un pedrusco a base de coraje, corazón y
ganas. Ah!, y verticalildad.
Pero sin casta.