viernes, 23 de diciembre de 2011

Bien de Interés Cultural



El Ayuntamiento de la localidad madrileña de Collado Mediano, con su Alcaldesa María Rubio a la cabeza, y sus concejales Javier Lozoya y José Antonio Blasco como exponentes de la afición local, ha aprobado en el pleno que tuvo lugar ayer, 22 de diciembre, la declaración de la Fiesta de los Toros como Patrimonio Cultural Inmaterial.

Con  esta declaración, Colado Mediano cierra el año dando una vez más muestra de su compromiso con la fiesta de los Toros, y da un paso legal en su defensa, reconociendo sus valores culturales e históricos y fomentando su protección.

La declaración contó con los votos favorables de los ediles del PP y en contra de los concejales de PSOE, IU y Los Verdes.
Si se entiende lógicamente el voto negativo de Los Verdes, personalmente no entiendo ni por supuesto comparto los de PSOE e IU.
No entiendo ese alineamiento con las tesis antitaurinas (que en definitiva es lo que es) de algún sector de la izquierda que creo que confunde conceptos y mezcla churras con merinas.

También ayer, el Consejo de Gobierno de Castilla-La Mancha aprobó la declaración de Bien de Interés Cultural, concediendo la "máxima categoría de protección jurídica reconocida en nuestra legislación y supone el reconocimiento de que ello es un hecho singular, representativo y altamente relevante de la tradición y la cultura regional”.

En este caso, el apoyo del PSOE, aún sin ser necesario, ha sido evidente desde el primer momento.

Aunque probablemente se trata más que nada de algo simbólico, las declaraciones de este tipo me parecen importantes ante tanto ataque injustificado. Lo triste es que desde algún sector de la izquierda se confunda al personal como digo mezclando churras con merinas, que como todo el mundo sabe nunca ha sido buena mezcla…  

Enhorabuena y que cunda el ejemplo.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

El Tercio de Varas como lo veía Corrochano



Que el tercio de varas hoy -con el año 2.011 dando paso ya al año nuevo- es un  pobre recuerdo  de lo que fue en un pasado más o menos lejano, resulta evidente para cualquiera que se adentre un mínimo en la historia de la Tauromaquia.

Sólo el privilegio de poder lucir el oro en su  traje de luces le recuerda al picador la importancia que llegó a tener su figura en la tauromaquia antigua.
Sin necesidad de llegar tan lejos, es posible comprobar los  cambios que ha experimentado el tercio de varas en los últimos setenta años, por poner una cifra abarcable. Y no me refiero sólo a las sucesivas modificaciones del peto o la puya, si no al planteamiento y ejecución de la propia suerte.

Poco o nada queda de lo esencial del castigo en varas, fundamentalmente la medida de la bravura del toro, difícilmente estimable de otra forma que no sea mediante la sucesión de puyazos, entradas y salidas al caballo.
Queda si acaso el recurso al sangrado que descongestione al animal del estrés de la lidia y prepare y ahorme su embestida en el último tercio, antes de muerte, y ahora de lucimiento del torero y en definitiva el que supone el nudo y el desenlace de la faena, pues parece que todo lo demás sobra.

El tema de la degeneración del tercio de varas tampoco es nuevo. No son pocos los que, a la vista de que cada vez con más frecuencia se simula la suerte de varas, consideran que en un futuro no muy lejano deba desaparecer como tal.
Como la palabra “castigo”, la sangre, la muerte en el ruedo, o  la corrida en si misma…

La evolución del toro de lidia y su condición hoy en día suponen un hándicap en su lucha con el picador, quien consciente de las limitaciones del toro, la degeneración del tercio, y las características de la lidia en la actualidad, muchas veces o se pasa o no llega.
O se pasa masacrando el animal, estrellándolo contra el peto (oiga, no, eso no vale, al toro hay que sorprenderle y “pararle” con el puyazo antes de que llegue al caballo…) o no llega a simular el puyazo,  pero la consecuencia es que no resulta fácil ver la suerte de varas como algunos, o muchos -puede que desacertadamente- pensamos que debe ser. (¿Seremos los tontos a los que se refiere Casas?)

El tema ha sido y seguirá siendo uno de los más debatidos y controvertidos. Podemos hablar y escribir tanto como queramos y sepamos, pero hay pocos ejemplos mejores que lo que escribía el maestro Corrochano en 1.966, como siempre con las palabras precisas y las ideas muy claras, poniendo la puya en lo alto del morrillo. Una vez más, llueve sobre mojado.

Son fragmentos de su libro "¿Qué es torear?” que aunque escrito hace cuarenta y cinco años,  demuestra su total validez para los tiempos actuales. En esta ocasión escribía el Maestro, con su habitual acierto, sobre el Tercio de Varas...

No importa que el capote tenga más o menos vuelo; no importa que la muleta sea más larga o más corta; no importa la longitud de la banderilla; importa mucho, de una manera decisiva, el tamaño de las puyas. La puya tiene una misión perfectamente definida en la lidia, y tan fundamental, que de la suerte de varas se deriva –aunque no lo parezca- todo lo que luego se hace con el toro (…)

El toro, de salida, tiene un estado levantado, descompuesto, que es necesario fijarle para la lidia de a pie. Esto sólo puede conseguirse con la suerte de varas. En esa lucha del toro por coger el caballo y el picador por evitarlo, tiene la puya su eficacia decisiva. La puya no está hecha para matar al toro, ni siquiera para malherirle; pero si está hecha para castigarle cuanto sea necesario. La misión del picador es ir rebajando al toro puyazo a puyazo, quitándole fuerza, ahormándole la cabeza, pero sin inutilizarle por exceso de castigo.  Según esto, ¿cuántos puyazos se deben dar a los toros? La contestación es bien simple: los que necesite. Cada toro tiene su pujanza, y su bravura, y su estado distinto, y necesita más o necesita menos para ahormarse y aplomarse (…)

El picador debe irle derecho al toro –si es abanto puede cerrarle un poco la salida para que no se le vaya- , acostumbrarle a embestir por derecho como los toreros de a pie, porque lo que más resabia a los toros son los cuarteos, y las salidas en falso, y el enseñarles por dónde se les puede ir (…) De esta manera, conducirá al caballo sabiendo a lo que va; irá toreándole; dará el garrochazo como deba darlo, y tratará de salvar el caballo, manejando de acuerdo la mano izquierda de las riendas y la derecha, con la que castiga. El empuje del toro, muchas veces, muchas, frustrará la maniobra del jinete y alcanzará al caballo; pero será a la salida, no a la entrada; será de cinchas atrás, no por los pechos; será un accidente de la lidia, no será entregar al caballo.
Así, la suerte bien hecha, se verá al toro, si aguanta más, si aguanta menos, si se crece al castigo, si es blando y se duele, porque en la suerte de varas bien hecha, es donde se ven mejor los toros,  aunque no fuera nada mas que por esto,  porque es donde mejor se ven los toros y se juzgan, debiéramos estar más atentos a ella y restaurarla como algo que tuvo grandeza, y hoy ha degenerado, hasta admitirla como un mal necesario (…)
¿Es que no hay hoy toros bravos que vayan seis o siete veces al caballo, como iban los toros de antes? Nosotros creemos que si los hay, que hay más porcentaje de toros bravos, pero lidiándolos como se deben lidiar los toros. La lidia no se refiere solamente  a la manera de picar, sino a la manera de torear. Más daño hace a veces un capotazo mal dado que un puyazo (…)

Varilarguero, picador de vara larga. ¿Qué es lo que se trata de detener con la vara larga? Se trata de detener al toro. Detener, no dejarle llegar, no dejarle llegar tanto que coja al caballo. Castigar al toro con la vara larga y procurar que no tropiece al caballo.
Según sea el toro y según venga el toro, el picador manejará el caballo y manejará el palo, alargando o acortando, pero siempre con vara suficientemente larga, para intentar detener y despedir al toro antes de que coja el caballo. Si le coge, que le cogerá muchas veces, es un accidente y un riesgo con el que hay que contar, pero no hacer del accidente lo permanente y seguro, como una modalidad moderna de la suerte de varas. Porque la manera de picar al uso actual es, primero, entregar el caballo inyectado de morfina, a modo de parapeto, y cuando está el toro enredado en el peto, picar donde se alcance, a un toro que no tiene fuerza para derribar ni para irse. ¿Esto es picar? No hay duda que así se pica. ¿Así se debe picar? Estamos todos de acuerdo en que así no se debe picar.
En esto no hay arte, ni destreza, ni hay caballo, ni hay caballista, ni así se torea, ni se sabe si el toro es bravo o manso, porque no se le hace la suerte de varas, y a todos les tapan la salida, y a todos les cruzan el caballo, y a todos les dejan enganchar, y a todos les pican igual, donde cogen, delantero o trasero, alto o bajo, al azar, donde cae la puya (…)

El matador de toros no puede permanecer indiferente o distraído durante la suerte de varas. No debe reducir su acción a torear en el quite, cuando llegue su turno. El matador de toros que limita a esto su función y deja hacer a los peones de brega, descuida lo que más le interesa cuidar, lo que ha de influir en el estado del toro en el último tercio: la lidia.
El matador que no lidia al toro, no solamente prescinde de una necesidad y desatiende una obligación, sino que se expone a sorpresas, a no ver el toro o verlo demasiado tarde. Cuántas veces es causa de una faena equivocada. Hay que lidiar los toros (…)

Joselito no esperaba en la suerte de varas a que el toro saliese del caballo para aprovechar la huída dejándole pasar, poniéndose un poco al margen del camino. Joselito hacía el quite. Hacer el quite es quitarle de donde está. ¿De dónde hay que quitar al toro en la suerte de varas? Hay que quitarle del caballo. Si el matador no le quita, sino que espera a que salga; si cuando el picador barrena y mete el palo, es un espectador contemplativo, si no interviene con su capote, que por algo se llama de brega, ¿qué entiende este matador por quite? (…)
No solamente hay que quitar al toro del caballo, sino que hay que dejarle otra vez en suerte. Esto consiste en que el toro quede de tal manera situado, frente al picador –ni más lejos ni más cerca, ni más a la derecha ni más a la izquierda- que sin la intervención de los peones, sin darle un capotazo, esté en disposición de tomar otra puya.
Eso de esperar al toro arrancado o huido, dar unos lances de capa buenos o malos, supongamos que muy buenos, y quede el toro donde esté, y ahora vengan capotazos para colocarle en suerte, eso ni es hacer un quite, ni es de matadores de toros, ni es de lidiadores, ni es tener cabeza de torero aunque se cubra con montera.


Ahí queda eso…




domingo, 4 de diciembre de 2011

¿Llueve sobre mojado? A vueltas con el Toro




Foto: J. Spínola


Recordaba hace unos días algo que leí hace tiempo escrito por  Gregorio Corrochano, lo busqué,  he vuelto a leerlo, y lo comparto con los que  pasan por aquí porque me parece que sigue  reflejando la forma de pensar que en la actualidad pueda tener cualquier aficionado.  
Leer a G. Corrochano, como a Navalón o a Joaquín Vidal entre otros,  gente que sabía de lo que escribía en definitiva, siempre es un placer enriquecedor que  a veces me ha  llevado a pensar que sería bueno exigir la acreditación de haber leído algún reconocido texto para acceder al estatus de aficionado solicitador de trofeos, y poder agitar entusiastamente el pañuelo haciendo gala de de un merecido pedigrí lector. En seguida se me pasa la idea, claro.

Ojo, porque esto que viene a continuación lo escribió Corrochano en 1.966, ayer como quien dice, pero sus palabras podían haberse escrito realmente ayer.

Escribe el maestro, hace cuarenta y cinco años, sobre el toro.

…Es peligroso hacer  con la bravura del toro comercio de comodidad para el torero, que sea bravo pero hasta cierto límite, para que no acose y moleste al torero; que sea muy pastueño, pero que no se extreme hasta la mansedumbre que le ronda; que vaya a los picadores para salvar la divisa, pero que se deje pegar(…) Que sea bueno, en fin, para el torero. Esta es la receta mágica que se busca: que parezca toro, que parezca bravo, y que no lo sea. (…)
Ahí están de muestra ganaderías que fueron bravas, degeneradas más que por descuidos, errores, consanguinidades y desconocimiento de lo que es la bravura por esas manipulaciones de buscar inútilmente la bravura inofensiva del toro, que nunca es inofensivo, con el mediotoro, mediobravo, como si se pudiera ir a medias con el toro.

Esta distinción, muy de moda, del toro bueno para el torero o el toro bueno para el ganadero es la más disparatada concepción de la bravura;  es un factor negativo. Es larga la lista de ganaderías infectadas de toros buenos para el torero, que es una forma nueva y peligrosa de la mansedumbre. La experiencia está desacreditada. El ganadero debe buscar con afán el toro bravo. Toro que no sea bueno para el ganadero, no es bravo, y no debe ser bueno para nadie, aunque parezca circunstancial y económicamente bueno para el torero(...)

El toro se ha desacreditado; casi nos atreveríamos a escribir que se ha eliminado. Se habla del toro como hipótesis, como de algo que existió, o con el desdén de lo que no tiene importancia. Y es lamentable, porque los ganaderos de reses bravas tienen en su haber uno de los éxitos mayores que se han conseguido en Zootecnia. Es un de las razas mejor logradas, lo mismo en características externas, que en dosificación media de bravura.  No creemos que hayan conseguido más los ingleses, con sus famosos caballos de carreras. Y, sin embargo, en vez de ser la época del toro, es la época de la insignificancia del toro, del desdén por el toro, de sanciones a los ganaderos.
Tanto se escatima el toro, “en su edad y en sus libras” –preocupación de los fundamentos de la Tauromaquia- que se ha llegado a la ficción de una corrida de toros sin toros.


A mi personalmente sólo se me ocurre añadir …Ahora vas y lo cascas…

¿Llueve sobre mojado? ¿Es especialmente crítico y negativo el aficionado taurino? ¿Tendemos a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor…?

En próximas entradas intentaré subir al blog fragmentos de lo que voy leyendo o releyendo y que me parezca interesante compartir.