Vaya por delante que voy a referirme a la cuestión taurina en cuanto a festejos que tienen lugar en plazas cerradas, novilladas y corridas de toros, y en los que, salvo las excepciones reglamentariamente determinadas, se da muerte al animal. No voy a comentar nada en esta entrada sobre “correbous”, “bous al carrer”, toros embolados, ensogados, sueltas de reses, etc.
No pretendo otra cosa que no sea aportar mi visión sobre el asunto, con la esperanza añadida y remota eso si, de que lo que aquí escriba llegue a ser leído por algún partidario de la prohibición de una parte de nuestra cultura.
Empieza a parecer que el aficionado a la Tauromaquia debe esconder vergonzantemente su afición, su opinión y su pensamiento, no vaya a provocar la queja de las gentes bienpensantes, modernas y sensibles que pretenden reconducir nuestra casposa afición cargada de crueldad y sadismo.
Si al menos intentamos desmontar esta falacia antes de que se asiente definitivamente entre nosotros, me consideraré satisfecho de haber podido contribuir con mi opinión. De lo contrario, nos reuniremos a escuchar nuestros propios lamentos por no haber sabido llegar a tiempo.
Al menos que nos quede el derecho a poder expresar nuestra opinión, indiscutiblemente acertada, porque es sólo eso, una opinión.
A primera vista, en una aproximación casi-taxonómica y de acuerdo con su diferente postura y comportamiento ante el tema taurino, existen tres encastes (o castas fundacionales, vaya usted a saber) claramente diferenciados:
- El taurino, ya sea taurómaco, simplemente taurófilo, o incluso espectador-aplaudidor. Más o menos aficionado o partidario de este espectáculo.
Proceden del mismo encaste, aunque son tres líneas diferenciadas con sus diferentes características en cuanto a bravura, genio, comportamiento en los distintos tercios, etc. Podríamos afinar algo más pero no es el caso porque entonces no acabaría nunca esta entrada.
- El indiferente. Igualmente diferenciable según líneas y procedencias.
No le gustan los toros porque no los entiende, no le divierten, le aburren o simplemente le parece una crueldad de la que no quiere ni oír hablar ni mucho menos participar.
Me parece una postura perfectamente razonable, faltaría más. Para gustos, los colores. No son partidarios de la prohibición. Si acaso, algunos se inclinan por dejar que languidezca…
Dentro de este encaste distinguiría diferentes “procedencias”.
- El antitaurino prohibicionista comedor de carne y otros alimentos que implican la muerte del animal.
Lo siento pero a estos no me los creo. Se les ve de lejos. Suelen ser de reatas parecidas a los ecopijos o ecologistas de salón.
Más que bravo es bravucón, y al segundo puyazo se suele venir abajo huyendo del castigo.
En la muleta toman el engaño cabeceando y tirando gañafones, aunque siempre entran al trapo cuando se les cita.
La mejor forma de desenmascararlos es invitarles (o mejor, que inviten ellos) a un chuletón o un buen cochinillo asado. Entre ellos hay auténticas alimañas.
- El prohibicionista radical vegetariano estricto. Normalmente más nobles y encastados. Su postura me parece coherente y razonable aunque ni la entienda ni por supuesto la comparta. A estos sí me los creo.
- Aparece últimamente a bombo y platillo lo que tengo dudas si considerar como una línea de este encaste o si por el contrario merece ser considerado como un encaste diferente.
Son los que utilizan a los anteriores como palmeros de sus aviesas intenciones y objetivos, que son simple y llanamente políticos, por llamarlos de alguna manera y sin entrar en análisis más profundos
A estos se les ve venir desde más lejos aún, pero ya no engañan a nadie.
Son los peores. Descastados, mansos, peligrosos y tobilleros.
Últimamente proliferan en algunas zonas de este país llamado España, en el que tenemos la desgracia de que siempre hay alguien que vela por nuestra moral dictando normas y pautas, según su particular conocimiento, sobre lo que es ético y lo que es inmoral.
Hace muchos años en España había unos señores que determinaban lo que era inmoral y lo prohibían.
Prohibían por ejemplo las películas que llamaban “verdes” o “subidas de tono” y para verlas, quien quisiera, tenía que cruzar la frontera y verlas en Francia.
Ahora hay unos señores en una parte de España que determinan lo que es inmoral y lo prohíben.
Prohíben las corridas de toros y para verlas, los aficionados de Cataluña tendrán que cruzar la frontera y verlas en Francia.
Que extrañas coincidencias.
Desde hace un tiempo, cuando intuyo que se puede iniciar una conversación o debate sobre el mundo de los toros con alguien partidario de su prohibición, pregunto a mi interlocutor si come carne o cualquier otro alimento que necesariamente suponga la muerte de un animal. Si la respuesta es afirmativa doy por terminado el debate antes de empezar.
Podremos hablar de cualquier otro tema o incluso intercambiar ideas sobre el arte taurino, pero nada más.
Discutir sobre toros con alguien que come carne a mí personalmente me parece improductivo por incongruente. A muchas personas sin embargo les parecerá, y de hecho les parece, que son dos cosas que no tienen ninguna relación. Una cosa es matar para comer y otra muy distinta matar por puro placer, sostienen.
Ya hablaremos sobre esto más adelante, porque para eso están las opiniones, lo verdaderamente importante es poderlas expresar libremente.