martes, 21 de diciembre de 2010

El truco del garapullo




Garapullos, rehiletes, palitroques, avivadores…en definitiva, banderillas. Y por extensión banderilleros.

Según la Real Academia de la Lengua Española, la banderilla, además de una tapa de aperitivo pinchada en un palillo, es el  Palo delgado de siete a ocho decímetros de largo, armado de una lengüeta de hierro en uno de sus extremos, y que, revestido de papel picado y adornado a veces con una banderita, usan los toreros para clavarlo en el cerviguillo de los toros.

Y el banderillero es el torero que pone banderillas, ya sea  al cuarteo, a la media vuelta, al sesgo, a la carrera, a trascuerno, al recorte o incluso a topa carnero, la mayoría de ellas suertes en desuso, todo hay que decirlo.

Dejando a un lado la práctica en su ejecución, en la que se confunde con demasiada frecuencia el cerviguillo con cualquier otra parte de la anatomía del animal (…hasta en el trasero las he visto…), el protagonismo en el tercio corresponde por lo general a los subalternos de la cuadrilla. Y a partir de ahí es donde surge la división de opiniones.
El matador, como maestro y jefe de la cuadrilla puede optar por ser él mismo el que tome los palitroques.
Vaya por delante que no estoy en absoluto en contra de que sea él quien ponga las banderillas, al contrario, pienso que una buena ejecución del tercio al fin y al cabo enriquece y adorna la faena.

Evidentemente, cualquier espada está capacitado para poner banderillas de forma más o menos artística, pero son los conocidos como toreros banderilleros los que suelen ejecutar la suerte provocando como digo la correspondiente división de opiniones.
Si cada plaza tiene su público y  cada público tiene sus  peculiaridades, es en el tercio de banderillas donde probablemente se observan las diferencias más curiosas.
Lo que en unas plazas es jaleado y festejado con gran alboroto y acompañamiento de palmas y música, pudiendo provocar la bronca si el aludido no se da por enterado, en otras al contrario la  descomunal bronca puede armarse en cuanto el maestro manda despejar el ruedo.

Ha habido y hay destacados integrantes de esta particular cofradía, en la que como en botica, los hay desde geniales a malos pasando por buenos y regulares,  pero en cualquier caso debemos reconocer que están en su perfecto derecho de asumir el protagonismo en este tercio de la lidia.

Lo que sucede a menudo es que a la vista del resultado, el espectador se dice a sí mismo, o se lo casca al vecino,  que pa eso se hubiera quedao donde estaba, pues además de restarle al subalterno su momento merecido de lucimiento (otras veces, no hay más que verlo,  es un “marrón” menos) lo que realmente ejecuta el maestro es el conocido “truco del garapullo”, genial término parido por el recordado Joaquín Vidal y que viene a cuento de aquellos toreros banderilleros que, jaleados o no por su público, toman los palitroques para ganarse a los tendidos, gradas y andanadas si las hubiera,  a base de aspaviento va y carrerita viene.

Y debemos reconocer que  el truco muchas veces funciona. Desatado el jolgorio en las gradas, y más cuando la terna en pleno es cofrade, la inercia aplaudidora se prolonga como quien no quiere la cosa al siguiente tercio, con lo que el truco da su resultado.

A mi particularmente que ejecute esta suerte el matador no me supone  ningún disgusto, al contrario, pero si bien es cierto que, a veces, se han visto grandes (enormes) pares de banderillas a cargo del maestro, no deja de ser menos verdad  que otras muchas es mejor que se hubieran quedado agarrados al olivo.

Pero al fin y al cabo debemos reconocer que están en su derecho…

Y dadas las fechas a las que nos acercamos, termino esta entrada aprovechando para felicitar las fiestas a los que pasan por aquí (a los “antis” también, claro, sobre todo a los que durante estos días comen cordero, cabrito, cochinillo, pavo…), con el deseo de que el próximo año sea siempre  mejor que este que ya se nos va marchando.

lunes, 13 de diciembre de 2010

De antitaurinos y otras hierbas (y VI). Sin difusión…¿no hay afición?





Es evidente que la corriente antitaurina gana posiciones cada día que pasa.
Y es relativamente sencillo convencer a un “indiferente” para que adopte una postura prohibicionista.
Basta  un montaje, una  presentación, o cualquier audiovisual  que fuera del contexto de una corrida de toros muestre imágenes sangrientas o de sufrimiento del animal para ganar algún adepto a la causa.

La desinformación y la falta de difusión de los espectáculos taurinos son el caldo de cultivo para que un indiferente pase a engrosar las filas del prohibicionismo militante.

Es difícil, y en algunos lugares prácticamente imposible, ver una corrida de toros por televisión. Y la televisión, y me refiero a los canales generalistas, es imprescindible para hacer llegar al público (a lo que llamamos “gran público”) el espectáculo taurino en toda su extensión, contrarrestando así la utilización sesgada de determinadas imágenes que, evidentemente, se producen en cualquier plaza de toros.

Quien contrata un canal de pago sabe lo que compra y lo que quiere ver, por eso se hace necesario que las televisiones comerciales o generalistas vuelvan a retransmitir espectáculos taurinos que potencialmente lleguen a cualquier rincón y por tanto a cualquier espectador.

Otra muestra de hipocresía e incongruencia de la situación actual es el  veto a la retransmisión de corridas de toros  en horarios de protección a la infancia. Es suficiente  dar una vuelta por la televisión en esos horarios supuestamente protegidos para ver toda clase de escenas violentas, telenovelas con argumentos imposibles de digerir, programas del corazón y demás vísceras en los que  personajes de difícil catalogación exponen sus miserias mientras se forran a costa del insulto y el cotilleo, lo que sin duda es un estupendo ejemplo para nuestros hijos que se encuentran así a salvo de contemplar en la pantalla la cruel  barbarie de las corridas de toros. Vivir para ver…

Si la gestión de una televisión privada es, como tal, privada, debemos reconocer que está en su legítimo derecho de programar lo que le resulte económicamente rentable o se ajuste a su línea editorial.

Sin embargo, podemos y debemos exigir a las televisiones públicas, y para eso entre otras cosas están sus órganos gestores, que den cobertura y difusión a espectáculos que forman parte de nuestra cultura y siguen contando con un elevado número de seguidores. Seguramente más que cualquiera de los espectáculos minoritarios que son informativamente mejor tratados que los taurinos.

Independientemente de la batalla que sin duda hay que librar en el terreno de las televisiones públicas, me desespera el inmovilismo y la falta de iniciativa  del mundo taurino más o menos oficial.
Gran parte de la culpa de estas y otras cuestiones que poco a poco van creando el estigma de persona cruel y violenta en quienes nos gusta la tauromaquia, la tiene el propio mundo taurino que, confiado en que una tradición secular y tan profundamente arraigada en nuestra cultura no puede estar en peligro de desaparición., no sabe, no contesta y no propone. Y esto en mi opinión es un gravísimo error.

¿Está el mundo de los toros, empresarios, ganaderos, toreros, público, aficionados…dispuesto a debatir con valentía posibles alternativas que en definitiva resten argumentos a las corrientes antitaurinas? ¿Cuáles? Sinceramente, no lo sé.

¿O es mejor la estrategia de atrincherarse hasta convertirse en especies en peligro de extinción confiando en que pase la tormenta?

¿Confiaremos únicamente en la transmisión de gustos y costumbres de padres a hijos como en la antigüedad?

¿Cuál es actualmente la edad media de los asistentes a una corrida de toros…?

Hay tantas preguntas que hacerse…

Desde luego, en la situación actual en la que no existen las corridas de toros en  la television pública nacional, no hay difusión, y solamente se habla de toros para mostrar imágenes fuera de contexto, muertos o heridos, estoy convencido de  que es cuestión de un par de generaciones, a lo sumo, para que veamos (vean) como la faena termina y nos dan la puntilla poniendo fin a una parte de nuestra cultura.

Y con esto doy por terminado (al menos de momento) este desvarío antitaurino que me he traído entre manos las últimas semanas, fragmentado en seis capítulos, seis.
Espero al menos que a algún visitante de esta bitácora le haya entretenido, informado, o al menos distraído de sus ocupaciones cotidianas.
Me consta que algún que otro “anti” se ha pasado por aquí a echar un vistazo al serial, y aún desconociendo su reata, encaste o procedencia, espero también que le haya servido para entender un punto de vista distinto al suyo, porque al fin y al cabo, ya sabemos que en esto de las opiniones ocurre como con los culos, que cada uno tiene el suyo.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Cine de Barrio



Hace unos años, cuando iba al cine,  no podía soportar  oír a alguien cerca de mí rumiando palomitas.
Ayer me sorprendí a mi mismo comiendo de  un inmenso cubo de palomitas que tenían mis criaturas mientras veía una película en una butaca tan cómoda que sólo le faltaba haber hablado y de paso haberme acercado las zapatillas. Vamos,  que ni las de mi salón.

Y esto a que viene aquí?
Pues que me asusté un poco, porque antes me consideraba casi un cinéfilo. Veía películas de los mas variados encastes y procedencias. Unas infumables, otras ininteligibles, aburridas, muchas a más no poder.
También las había interesantes, claro, e incluso algunas divertidas.
Pero nunca con palomitas…

Y ahí apoltronado, mientras, intentaba recordar  títulos de cine “auténtico”, como por ejemplo  “El árbol, el Alcalde y la Mediateca”, que no recuerdo si era iraní, turca o francesa. Un pestiño indigerible que había ganado nosecuantos premios de las más prestigiosas academias de cine europeas y venía avalada por exquisitos críticos.
O “El hombre herido” creo que se llamaba, esta si, francesa, en una tarde que a sugerencia de algún compañero decidimos cambiar las clases de zoología en la “Uni” por cine de culto. Infumable, indigesta e incomprensible. Y también muy premiada y con excelentes críticas.

Al salir ayer del cine, pensando en la última entrada de Enrique Martín en su blog  http://torosgradaseis.blogspot.com/2010/12/bendita-aficion.html, me dio por hacer comparaciones entre el mundo del cine y el de los toros. Y la verdad es que se asemejan bastante.

A pesar de los pesares, el mundo de los toros no existiría si no hubiera “cinéfilos” defensores de la pureza e integridad del arte cinematográfico  que gustan  del cine de autor, otros consumidores de películas en general sin importar su procedencia, algunos espectadores “de domingo” que devoran entretenido cine comercial, “raritos” del producto nacional…o incluso de cortometrajes, pero que, en definitiva, se alimentan unos a otros haciendo que gracias a todos ellos siga existiendo "el cine".

Si sólo se estrenaran películas del llamado cine de autor, tarde o temprano el cine se convertiría en un recuerdo del pasado.
No creo que el cine comercial, aún cargando a veces contra las esencias del séptimo arte, vaya a acabar destruyéndolo. Lo que se necesita es que las salas tengan una aceptable entrada para que los productores sigan poniendo la pasta, y actores y directores, cada uno en su estilo, sigan haciendo películas. Al fin y al cabo, aún siendo un arte, no deja de ser un negocio del que vive mucha gente.

Lo que es importante también es que cada cual elija el tipo de cine que le gusta consumir, más o menos íntegro, y que cuando vayamos a ver cine comercial sepamos lo que hemos ido a ver.
Nunca ha sido igual ir al cine del barrio (si, antes había cines en los barrios…) o del pueblo, que irse a la Gran Vía, por poner un ejemplo. No podremos entrar con las mismas pretensiones en uno o en otro, aunque al final, lo que vamos a ver es sólo cine.

En los toros, no sólo tiene que haber “Casablanca”, también tienen que existir “Torrente”, el “Landismo” o Robocop, el brazo fuerte de la Ley…pero eso si, si vamos a ver Casablanca, que no nos pongan “Vente a Alemania, Pepe” y encima por el mismo precio o más caro, porque entonces nos enfadaremos, y con razón.

Y mientras tanto, los aficionados sigamos defendiendo la ortodoxia y la seriedad en esto de los toros,  que lo cortés no quita lo valiente.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Carteles añejos. Collado Mediano



Como ya dije en alguna entrada anterior tengo tendencia a  tirar pocas cosas, y por tanto acumular muchas.

Esta vez le ha tocado el turno de repaso a los carteles taurinos de Collado Mediano (Madrid). Verlos una vez más supone encontrarse con nombres ahora  conocidos que fueron apareciendo por allí como novilleros y becerristas, generalmente alumnos de la Escuela de Tauromaquia de Madrid cuando ésta empezaba su andadura.

Unos han llegado muy alto, alguno llegó a la cima, otros se convirtieron en grandes toreros de plata, otros abandonaron sus carreras, otros siguieron ligados al mundo taurino como apoderados, empresarios, o incluso en la misma escuela como profesores.

Traigo aquí algunos de esos carteles en los que además de algunas figuras del momento que actuaban en festivales, aparecen nombres que se curtieron en las ferias de los pueblos, y ganaderías que no lidiarían en plazas de mayor categoría.

Nombres de grandes toreros de plata como Paco Villalta, Luis Carlos Aranda o Pedro Vicente Roldán, figuras del toreo como El Fundi, Joselito, Yiyo, Víctor Puerto, Eugenio de Mora, Bote, Sánchez Puerto...o José Tomás (el ya famoso becerrista, como reza el cartel...)
Importantísima la labor que generalmente con pocos medios y mucho esfuerzo, desde ayuntamientos y comisiones de fiestas en tantos pueblos como  Collado Mediano, se ha venido realizando a lo largo de los años en defensa y promoción de la afición taurina.

Pasado el tiempo, ver de nuevo estos carteles no deja de provocar una sonrisa, y a mi en particular me supone el recuerdo de algo más que un simple cartel de toros, pues significaban una parte más, a veces la fundamental, de “las fiestas de Collado”, de las que dicho sea de paso pienso seguir disfrutando mientras pueda.