Pablo baja
a la calle todas las mañanas a echar unas migas de pan -para que se las coman los gorriones, pobrecillos.
En el
pueblo siempre los llamaron pardales, o gurriatos,
si eran pollos. Es lo que tiene el campo, que aprende uno a conocer a los
animales.
Deja las
migas en el alcorque de un arbolillo que malvive, descuidado, entre el humo y
el cemento. Lo malo es que últimamente se las comen las jodías palomas. Hay por todas partes y lo ponen todo perdido.
Siempre hay
algún mandao que le encarga Carmen,
su pareja desde hace casi ya sesenta años que se hicieron novios en el pueblo.
Que si el pan, que si los yogures, la comida de Mariano, su gato…en fin, siempre
hay algo que hacer.
A Pablo le
acompaña siempre Manolo –Manolillo-, el perrillo más listo que el
hambre y que tanta compañía les hace, aunque no tanto como Mariano, que no se separa de Carmen en sus largas tardes de butaca
y tele.
Desde que
pasó lo de la cadera, Carmen apenas sale ya de casa y es Pablo el que pasa
revista al barrio cada mañana y da de comer a los gorriones. El barrio al que
hace tantos años que llegaron que ya ni se acuerda. Lo que si recuerda es
que esto debían ser casi las afueras de
Madrid, un barrio auténtico y más bien pobre y ahora, fíjate tú, vivir en Ventas es casi un lujo. Hasta llegó a jugar
alguna partidita de mus con fari –El Fari-, todo un personaje, mu buena gente.
También
recuerda el día que tuvo que cambiar la borrica y el serón por el autobús que
le llevaba cada mañana a la fábrica allá por Villaverde.
-Cógete a la Carmen y te vienes a Madrid, que allí en el pueblo vas a ser un
muerto de hambre toa la vida.
El tío
Santos estaba de encargao en una
fábrica en Madrid, aunque Pablo nunca supo exactamente de que se encargaba…pero
vamos, encargao era seguro porque
todos le llamaban señor Santos.
El caso es
que allí le consiguió un trabajo, y allí estuvo hasta que cerró y se tuvo que
ir al paro.
Y la Carmen a asistir en una casa muy
seria y respetable en el barrio de Salamanca, tan cerca y tan lejos entonces. Muy buena gente, de misa diaria la señora, y
con mucha clase y dinero.
A Pablo ya
le gustaban los toros porque en el pueblo siempre han sido muy de toros, pero
vivir ahí tan cerquita de las Ventas, pues
quieras que no te vas aficionando cada vez más. Pocas tardes de toros ha
fallado Pablo desde que llegó al barrio. En tantos años ya casi ha dado la
vuelta al ruedo, aunque ya no cree que se mude de su andanada del 10, donde aún
se recuerdan, o se creen recordar, faenas inolvidables de Bienvenida, Dominguín,
Antoñete, Paco Camino -su Paco Camino-
El Viti, o hasta de Manolete cree recordar alguno.
-A todos estos pelagatos del clavel que se
creen que saben tanto les vendría bien pasarse alguna tarde en la andanada con
las orejas bien abiertas, a ver si aprenden algo de los que sabemos…
Tiene
suerte, al menos él puede seguir conservando el abono, que hay algunos que no
han tenido tanta suerte y merodean cada tarde por las puertas a ver si sobra
alguna entrada, de gañote, que casi siempre hay alguna.
Ahora que
Carmen está tan torpe ya no puede ir todos los días, pero siempre hay alguna
vecina que echa la tarde con ella, o si no se acercan su chico o su chica, que
la verdad es que se portan muy bien con ellos, son muy buenos hijos, la verdad. Toda la vida currando como animales
para ellos al final tiene su recompensa.
Y sus
nietos, sobre todo Lucía –La Luci- a
la que quiere, se quieren, con
locura. Lo malo es que le ha salido antitaurina, y de Podemos, le ha dicho la
Mari. A él, que ha sido de Comisiones y del Pecé toda la vida, que
la Luci sea de Podemos no le parece muy mal, la verdad, aunque estos no tengan
ni puta idea de la vida y sean tan cantamañanas y tan chulos, que nos van a
acabar jodiendo esto de los toros sin tener ni idea de lo que es esto y sin saber ni lo
que es el campo ni los animales. Ni cavar un huerto saben.
A Pablo le gusta
llegar pronto para evitarse la cola en el ascensor, que luego no veas la que se monta, sobre todo en
Sanisidro.
Esta tarde va un poco más apurado de tiempo, no quería irse de
casa sin que llegara la Mari, así que
no va a tener tiempo de echar un rato a la sombra de El Yiyo.
Al cruzar la
calle ha escuchado unas voces que parecen gritos y ha visto mucha policía y unos papeles que salían volando por los
aires.
Son unos
chavales, casi unos niños, vigilados por un hombre alto, delgado, con cara de
amargao, que parece llevar la batuta,
vociferando a coro insultos y
gilipolleces
¡¡¡asesino!!! ¡¡¡asesino!!! le grita
una chica a quien no quiere mirar, apenas una niña, señalándole con el dedo y
con la cara enrojecida de ira.
Pablo no quiere mirar atrás, no
quiere reconocer esa voz, y tiene prisa por coger el ascensor.
No ha
sentido miedo, pero aún le tiemblan un poco las manos cuando llega a la
andanada, a su andanada del 10.
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