Enrique Ponce es un
Maestro.
Domina todos los terrenos, conocedor de la lidia hasta sus últimos
rincones, sabe darle a cada toro la que le corresponde, practica un toreo
amigable con el de negro, tiene la ilusión de un novillero sin caballos, o más,
su toreo es reconocible sin ningún género de dudas, una composición
estéticamente irreprochable que hipnotiza y emociona…
Podía seguir como en un
bucle las loas al Maestro de Chiva…
Pero en mi opinión, hoy no
debió salir a hombros por esa puerta grande de Las Ventas.
Esas dos estocadas más que
defectuosas demuestran que uno más uno no siempre suman dos.
Ponce ha hecho los mismos
planteamientos que tarde tras tarde hacían sonar las protestas en esta plaza, y
que le llevaron a alejarse de Las Ventas. Ni más ni menos. Lo que años atrás
fueron protestas hoy se han vuelto pañuelos.
Cuantas veces hemos hablado
del autobús cargado de pañuelos tantas tardes aburridas de domingos venteños.
Hoy lo que se ha demostrado, en opinión del aficionado que escribe esto, es que
el autobús de Ponce es muy grande y la Puerta de Las Ventas muy pequeña.
De
nuevo toreó Ponce fuera cacho, componiendo posturas pintureras mientras pasaba
al toro por la periferia (Joaquín Vidal,
crónica 25 de julio de 2001, El País)
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