A punto de comenzar la temporada de 1914, El Álbum del abono" de Madrid, recoge la expectación que ha levantado Juan Belmonte ante su aparición en la Plaza Madrileña.
"Corinto y Oro", alias de Maximiliano Clavo, escribe así sobre Belmonte...
Nació en Sevilla, calle de la Feria, el día
14 de abril de 1892 y fue bautizado en la parroquia de Omnium Sanctorum el 17,
tres días después.
Corrió prisa la ducha de agua bendita. Por lo visto nació ya
“con todas las fechas comprometidas” y había que aprovechar el tiempo. A los
dos años de venir al mundo fue a vivir a Triana, en cuyo popularísimo barrio
tenían sus padres una tiendecilla de quincalla.
Creció, fue a la escuela y en cuanto pudo
arrimar el hombro, su padre le puso en comunicación directa con los cachivaches
de su pequeña industria. Un “historiador” belmontista dice que “Juaniyo”,
cuando tenía unos doce años, fue colocado en un comercio de Huelva, y que a la
simpática y cumplida clase de “horteras” perteneció hasta que el virus
taurómaco se le inyectó en las venas y empezó a “apuntar” las verónicas, los
faroles y los molinetes, asombrando a los chavales con quienes se reunía.
Como Juan no tenía el privilegio que
tuvieron, tienen y tendrán los niños de abolengo taurino o los que han tenido
la suerte de tropezarse con un providencial protector y pueden dar sus primeros
pasos en los tentaderos con becerros y vaquillas de casta con que dar “clase y
educar el miedo”, los comienzos de su carrera constituyeron un calvario para la
pobre y famélica criatura, que apenas comía, ni tenía salud, ni podía tenerse
en pie. Y si quiso torear tuvo que cruzar a nado muchas noches el Guadalquivir,
meterse en los “cerraos”, actuar con su raída chaqueta, contender con
“catedrales”, tragar el paquete de los vaqueros –dispuestos a partirle los
huesos a estacazos al golfillo que se sienta Curro Cúchares- ¡empezar jugándose
el mísero pellejo!
Juan salió a torear por primera vez en una
corrida sin picadores y armó el escándalo, efectivamente…pero por la cruz de la
moneda. ¡Se dejó un toro vivo!; además, salió vestido como un adefesio y estaba
“esmayao”! ¡Pa los restos! Y le tomaron a chufla.
Pero Calderón, su protector y apologista,
terne que terne, decía entusiasmado que ¡allí” había un estilo colosal y que
“Juaniyo” tenía que ser y si no ¡al tiempo!
El muchacho se fue a Valencia desesperado y
allí consiguió salir en una moruchada de mojiganga…y ¡allí triunfó Calderón!
Belmonte armó el alboroto, por la cara de la
moneda y volvió a torear; entusiasmó a toda Valencia taurina. Toreó nuevamente
en Sevilla –con picadores- puso cátedra, levantó al público de sus
asientos…¡fue desde entonces hasta el día; ¡Belmonte! ¡Belmonte! ¡Belmonte!...
Al abandonar Méjico, donde ha actuado dentro
de la temporada invernal, Belmonte ha dejado una estela de admiración, como los
periódicos de allá dicen que no dejó diestro alguno. La labor realizada por el
trianero en la plaza de la Capital de la tierra de Moctezuma ha sido
verdaderamente estupenda. El toreo de Belmonte ha sido la suprema aspiración de
los aficionados mejicanos, que ven, saben y exigen.
Belmonte ha conseguido que la baba corra por
los tendidos de la plaza de “El Toreo” y ha salvado a la Empresa metiendo en
sus arcas muchos miles de pesos y quitando a Pepe Rivero “un peso de encima”.
…Unos días faltan para que comience en España
la temporada de toros. La expectación que hay por Juan Belmonte es
verdaderamente brutal. Las gentes esperan con ansia “el crujío”. Como Juan
tenga un poco de salud, otro poco de suerte y siga queriendo coles…
¡Jesús, María y José!
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