martes, 30 de octubre de 2018

1917. Más sobre Joselito y Belmonte



Belmonte (Ángel Roncero)

Quienes frecuentan este blog ya conocerán mi afición por la lectura (y re-lectura) de textos de D. Luis Fernández Salcedo. A quien no lo haya hecho ya, se lo recomiendo una vez más.

En este caso copio un pequeño texto sobre la situación de “Belmontistas”  y “Gallistas” publicado en su obra “Tres ensayos sobre Relatividad Taurina”…

1917. La fiesta ha alcanzado su máximo esplendor con Joselito, que lleva cinco años de matador de toros, y Belmonte, que ya lleva cuatro.
La afición está –por fortuna- dividida en dos bandos irreconciliables. Los que no hayan conocido aquellos tiempos, no sabrán nunca lo que es pasión. En los tendidos, los bastonazos están a la orden del día.

Cuando Gallito hace una de sus grandiosas faenas, siempre, siempre, hay unos pitos, tan fuertes que no pueden ser ahogados por las palmas. 
Cuando Belmonte da sus cinco verónicas sin enmendarse, los gallistas callan y se muerden de rabia los labios.

Cuando salía abanto un toro que le gustaba, José corría en su persecución antes de que le recortasen los peones, este gesto provocaba un gran murmullo de expectación entre los joselistas; pero el toro -¡condenado!- se iba del primer lance y aún del segundo, y los belmontistas -¡qué ingenuos!- abucheaban al que llamaban “torero sabio”. Mas a la tercera verónica el animal quedaba sujeto, y a la cuarta fijado y dominado, y aquel torero extraordinario remataba la suerte cuando y donde quería, dejando en ídem al toro. 
Entonces los partidarios, entre grandes risas, decían a los enemigos: “¡tila, tila!” y estallaba una ovación estruendosa…con el voto discrepante de los seis o siete agudísimos pitos, aquí y allá estratégicamente repartidos (…)

Gallito era el torero largo, el torero por antonomasia, el más caracterizado representante que haya tenido nunca la escuela sevillana, la sabiduría personificada, un gran ingeniero del toreo –valga la atrevida frase-

Belmonte representaba el estilo, el arte depuradísimo, torero corto (al principio, especialmente), pero de grandiosa inspiración; fue el revolucionario del arte de torear, porque hay dos modelos de lancear, antes y después de Juanito Terremoto. Mas ¡ay!, también fue autor de ciertas corruptelas, como aquella de que “no le había salido su toro”. Porque el Belmonte solitario de sus últimos tiempos no era el Terremoto de entonces.

Así como Gallito iba madurando, adquiriendo temple y quietud, a fuerza de alternar con Juan, éste aprendió luego a matar y a dominar los toros. Pero en 1917 era otra cosa. Entonces esperaba pacientemente a que le saliera un enemigo “a modo”, con el cual lograba un éxito tan fenomenal que de él podía vivir años enteros.

Así, en esta temporada, cuando después de una larga racha sin suerte, toreó con José y Rodolfo la corrida del Montepío en tarde tristona, estuvo toda ella escuchando al público gritar alternativamente el sonsonete frenético de “¡que se vaya!”, ¡que se vaya!” dirigido a él, y “los dos, los dos solos” por Gaona y Joselito, que habían estado muy bien toda la tarde, incluso en lucidísimos tercios de banderillas.
Pero salió el último Concha y Sierra y, cuando nadie lo esperaba, surgió grande, magnífica, la inspiradísima sinfonía de una faena totalmente excepcional, que hizo que ya no se hablase más que de ella en muchísimo tiempo.

Luis Fernández Salcedo
“Tres ensayos sobre Relatividad Taurina”

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