Con algún esfuerzo conseguí subir hasta mi andanada y logré sentarme en el comodísimo asiento.
Menos mal que Angelito y Laura, mis nietos, me ayudaron a subir las empinadas escaleras.
Les conté que hacía muchos años, en Las Ventas cabíamos más de veintidós mil almas sentadas…pero incómodas. Ahora no llegábamos a los diez mil, pero a cambio los asientos eran muy cómodos y podías estirar las piernas a placer.
Como siempre, aún a riesgo de resultar pesado, intentaba contar a mis nietos cómo era la Fiesta que yo conocí, con la secreta esperanza de que algún día ellos la volvieran a vivir. ¡Qué iluso!
El cartel de la tarde era de los importantes de la temporada y había generado una gran expectación.
Un cartelazo con Alejandro Cargante, José María Encinares, y Julián Rodriguez “El Rodri”, tres toreros de moda que me recordaban a los que antaño conocimos como “los del gediez”.
Mientras empezábamos a dar cuenta de un enorme cubo de palomitas sintéticas y unas bebidas de color verde que extrañamente sabían a naranja, comenzó el paseíllo a los sones de una canción muy de moda cuyo nombre desconocía. Eso si, los jóvenes la coreaban perfectamente al unísono y daban palmas al compás.
Detrás de los toreros, con sus caros trajes de diseño, desfilaban los recortadores y las alegres animadoras. Ya no quedaba ni el recuerdo de los banderilleros, picadores, mulilleros, areneros…¡qué pesado eres, abuelo, eso era hace un taco de años…!
Tenía razón Angelito. Eché la mirada atrás y recordaba perfectamente como después de lo de Cataluña (entonces pertenecía a España, que a su vez era europea), y San Sebastián (que entonces todavía formaba parte del País Vasco) toda una avalancha de prohibiciones y trabas desembocó en aquel fatídico y ya muy lejano 2.016, en el que desapareció la añorada suerte de varas, de muerte natural todo hay que decirlo. No en vano hacía ya muchos años que aquella suerte ya no se ejecutaba como mandaban los cánones.
Poco después, también recuerdo como si fuera hoy la fecha del decreto a pesar de los años que han pasado, el 19 de mayo de 2019 y ya inmersos en plena doctrina Disney, (en las películas de Disney los animales, incluido el toro Ferdinand, hablaban) se prohibió la muerte del toro en la plaza, y el tercio de muerte pasó a conocerse simplemente como “tercio de muleta”.
Y apenas un par de años antes de nuestra ruptura con Europa, nuestro gobierno de Bruselas prohibió el uso de las banderillas (garapullos, rehiletes, avivadores, palitroques), y tras un par de años de no saber muy bien qué hacer en ese tiempo muerto, y en vista de que los banderilleros ya no tenían sentido, la mayoría se reconvirtió en recortadores y la coyuntura de la Fiesta dio paso al “tercio de recortes”.
Absorto en la pesada charla que les estaba dando a las pobres criaturas, casi no reparamos en la salida del primer toro al ruedo, un bonito morlaco de capa azul celeste como los colores del patrocinador del evento, antes llamado “corrida”.
Para ser más exactos era azul celeste, bragado y meano añadí yo, aunque esta expresión le pareció muy grosera y de mal gusto a mi vecina de asiento, una joven con cara de loro y con el pelo también azul, casualmente.
A esos pitones les faltan cuatro dedos –pensé- pero eso era lo de menos, lo realmente llamativo era lo puntiagudo de su terminación, casi parecían lápices bien afilados…
La normativa actual obligaba a cortar entre tres y cinco centímetros del pitón y afilar después hasta conseguir una terminación en astifina punta.
Tras darse el burel unas vueltas por el ruedo, surgió del burladero de toreros (antes matadores) Alejandro Cargante, el torero (antes matador), quien con un enorme capote dio comienzo al “tercio de capotes” con una serie de “Morantinas” rematadas con una media “Juliana” de bonita factura.
Otra serie de “Manzanarinas” por el pitón izquierdo y una especie de galleo por Fandiñas pusieron el toro en suerte para la cuadrilla de recortadores, quienes durante un buen rato dieron muestra de un amplio repertorio de saltos, recortes y quiebros hasta dejar al pobre animal exhausto, pero eso si, sin una gota de sangre a la vista por supuesto.
¡Qué bárbaros erais, abuelo!, me decía Laura ¿Y no os daba asco y pena ver al toro lleno de sangre? Es que la Fiesta era así, Laura. Sería muy largo de explicar, quizá otro día con más tiempo…
Antes de que comenzara el tercio de muleta, las animadoras saltaron al ruedo y, mientras el animal miraba embobado al burladero y parecía ajeno a las evoluciones de las jóvenes, ellas bailaban al ritmo de lo que me pareció adivinar como una versión electrónica y algo acelerada de “Amparito Roca”.
Empezó Cargante el tercio de muleta en lo que antes llamábamos la boca de riego con algo parecido a un estatuario. El toro, todo nobleza y sosería, iba y venía sin dar en ningún momento sensación de querer “echarle mano”. Ahora por la derecha, ahora por la izquierda, ahora de espaldas, de rodillas, por arriba, por abajo…La verdad es que Cargante hacía lo que quería con el obediente bicho, desatando el entusiasmo en los tendidos.
El último pase consistía en hacer entrar al bicho por donde salió, los toriles.
Una especie de molinete, un pase del desprecio y un desplante y el animal desapareció mansamente por donde había venido.
Los espectadores, enloquecidos con la vibrante faena, fueron activando sus orejímetros y pulsando lo que les parecía justa recompensa. Yo, por indicación de mis nietos pulsé “dos orejas” que se reflejaron en el video-marcador sumando una aplastante mayoría del 78%.
Trofeos merecidos, opinaban los vecinos de tendido. Lo que no les gustaba es que yo les recordara que antes eran las orejas del toro lo que realmente se llevaban (¡que horror! ¡Qué ordinariez! ¡quee baaaarrbaroos!)
Justo cuando la guapa animadora ataviada con lo que más parecía un ancho cinturón que una corta minifalda, iba a hacer entrega de las dos orejas de cerámica de Talavera al diestro… sonó el despertador y me desperté… asustado, casi temblando y bañado en sudor…
Ufff!! ¡qué alivio! ¿Habría sido sólo un sueño?
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